"El arco iris atrapado en la telaraña", por Rafael Argullol

Para construir mi casa y porque no soy un maestro de obras que puede construir su casa con piedra, ladrillos o madera. Quiero decir: para hacer habitable el espacio en el que he vivido y todavía vivo. Curiosamente, al escribir esto me doy cuenta de que, para lograrlo, también tengo que hacer habitable la tierra anterior a mi nacimiento, y la tierra posterior a mi muerte. De nada sirve habitar un mundo limitado a tus fronteras cronológicas, puesto que un mundo de este tipo es incomprensible y, además, imposible para el goce. Si éste fuera el escenario la penuria de nuestros sentidos y de nuestra mente sería tal que caeríamos en la desesperación de quien sabe de antemano que únicamente podrá caminar entre vacíos. Tomar posesión de las ruinas dejadas por los hombres que nos precedieron y resguardarse a la sombra de los proyectos venideros es una condición indispensable para reconocer los pasos que nosotros mismos hemos seguido.
¿Por dónde hemos pasado?, ¿por dónde pasaremos? La araña es un animal sabio ante estas preguntas. Durante un breve período, cuando vivía en la Casa Antigua, estudié el movimiento de las arañas. Tejen el hilo de la tela, de dentro hacia fuera, con polígonos sucesivos tensados radialmente. Las más activas crean un par de figuras en un solo día, desplazándose siempre por los ejes radiales. Es un trabajo de una perfección tan inmaculada que ni siquiera los insectos atrapados en la red alteran el refinamiento de las líneas. Si el observador está atento verá, incluso, la descomposición de la luz en los hilos, como si fuera el mismo arco iris el que ha sido capturado. Con todo, la sabiduría de la araña estriba en su continuo cambio de perspectiva. En la Casa Antigua llegué a disponer de una veintena de telarañas magníficas. En cualquiera de ellas podía observarse la misma conducta. La araña correteaba de aquí para allá, saltando de polígono en polígono, sin descansar nunca en el mismo punto. A menudo volvía al centro o a los perímetros interiores de la red para, a continuación, ganar un nuevo mirador desde el que dominar el conjunto de su obra. Retrocedía para avanzar, avanzaba para retroceder, se deslizaba por los viejos hilos para adquirir el impulso que le conduciría a tejer los nuevos.
La araña vive pocos días. Sin embargo, entonces pensé en qué pasaría si una araña sucediera a otra, trabajando indefinidamente en la misma tela. Tejerían una red sin límites, de modo que podríamos confundir su telaraña con el universo. Sería una construcción maravillosa. Sin embargo, como contrapartida, se perdería esta sabiduría eléctrica de la efímera araña que le hace dominar todos los hilos tejidos a lo largo de su breve vida. Extraviada en la construcción maravillosa, inmensa e inabarcable, no tendría tiempo para desplazarse de continuo entre el centro y los perímetros exteriores, y al final el pasado y el futuro de aquella maravilla ya no serían para la araña senderos cotidianos sino materia de mitos, sueños e intuiciones. La araña habría perdido la condición arácnida para adquirir la humana.

Aquí, el blog de Argullol.

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