"Canto a mí mismo (fragmentos)", Walt Whitman

Me celebro y me canto.
Y aquello de lo que me apropio habrás de apropiarte,
porque todos los átomos que me pertenecen también te pertenecen.

Me entrego al deleite y agasajo mi alma.
Me tiendo a mis anchas a observar un tallo de hierba del verano.
Mi lengua, los átomos de mi sangre, formados de esta tierra y este aire,
nacido de padres que nacieron aquí, lo mismo que sus padres:
A los treinta y siete años de edad, con la salud perfecta, empiezo
y espero no cesar hasta la muerte.

Dejo a las sectas y a las escuelas en suspenso.
Me retiro un momento, satisfecho de ello, pero no las olvido.
Soy puerto para el bien y para el mal, les permito hablar a todos, asumiendo todos los peligros.
Naturaleza sin freno, energía primitiva.


***

He oído a los habladores hablar, he oído su plática del comienzo y del fin.
Pero yo no hablo del comienzo y del fin.

Nunca ha habido más energía original que ahora,
ni más juventud o ancianidad que ahora,
y jamás habrá más perfección que ahora,
ni más cielo ni más infierno de los que hay ahora.

Ímpetu, ímpetu, ímpetu.
Siempre el ímpetu procreador del mundo.
Surgen de la penumbra elementos contrarios e iguales, siempre la sustancia y la multiplicación, siempre el sexo,
siempre un nudo de identidad, siempre lo diferente, siempre la generación de la vida.

***

Alejada de la contienda y el conflicto, permanece la esencia de lo que yo soy.
Divertida y satisfecha, compasiva, ociosa, única.
Miro hacia abajo, me levanto o apoyo mi brazo sobre una base invisible y segura.
O miro con la cabeza inclinada hacia un lado, con curiosidad por lo que sucederá.
Participo en el juego o lo abandono, sigo sus peripecias y me pregunto cuál será el resultado.

Miro hacia atrás y observo los días en que me sofocaba en medio de la niebla con los retóricos y los guerreros.
No empleo pullas ni sofismas: observo y espero.


***

Yo creo en vos, alma mía. Pero mi otro yo no se humillará.
Y vos no te humillarás ante él.
Entrégate conmigo al ocio sobre la hierba, libera tu garganta.
No quiero palabras, ni música, ni versos, ni costumbres, ni siquiera las mejores disertaciones.
Sólo quiero el arrullo, el susurro de tu voz suave.

Recuerdo cómo nos acostamos, una mañana diáfana de estío,
cómo apoyaste tu cabeza en mis caderas, cómo te inclinaste dulcemente sobre mí,
cómo me abriste la camisa sobre el pecho, cómo hundiste tu lengua hasta tocar mi corazón desnudo,
cómo te estiraste hasta acariciarme la barba, y cómo te estiraste hasta abrazarme los pies.

Con velocidad se elevaron y me rodearon la paz y el conocimiento que rebasa a todos los conflictos de la tierra.
Y sé que la mano de Dios es la promesa de la mía.
Y sé que el espíritu de Dios es hermano del mío.
Y sé que todos los hombres que han existido son también mis hermanos y las mujeres, mis hermanas y amantes.
Y que el amor es el sostén de la creación.


***

¿Ha creído algún hombre o mujer que es dichoso nacer?
Pues yo les digo a él o a ella que igualmente dichoso es morir.
Muero con los agonizantes y nazco con los recién nacidos, y no quepo entre mi sombrero y mis zapatos.
Examino objetos diversos, y no hay dos que sean iguales, y todos son buenos.
Buena la tierra y buena las estrellas y bueno todo lo que les pertenece.
Yo no soy la tierra ni parte accesoria de la tierra.
Yo soy el consorte y el compañero de las personas, y todas ellas son tan inmortales e insondables como yo.
(Ellas no saben cuán inmortales son, pero yo lo sé.)


***

Soy el maestro de los atletas.
Quien expande su pecho más que el mío, prueba la expansión de mi pecho.
Quien aprenda a destruir con mi estilo a su maestro, será quien honre a mi estilo.

El joven a quien amo se hará hombre por propio derecho.
La conformidad o el temor le harán malvado antes que virtuoso.
Amará a su novia, comerá su pan saboreándolo.
El amor no correspondido o el desdén podrán herirlo más profundamente que las cuchillas del acero.
Será el primero en domar caballos, en pelear, en dar en el blanco, en gobernar un esquife, en cantar o tañer el banjo.
Preferirá las cicatrices, los pelos hirsutos y los rostros picados de viruela a las caras limpias y afeitadas.
Los rostros curtidos por el sol a los que se resguardan de él.

Enseño a los hombres a que se aparten de mí, pero, ¿quién puede apartarse de mí?

A vos, quien quiera que seas, te seguiré desde ahora.
Mis palabras resonarán en tus oídos hasta que las comprendas.


(Walt Whitman, “Canto a mí mismo” en: Leaves of Grass. Traducción de Marcia Aguirre)

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