"Argentina: un balotaje crucial para América Latina", por Atilio Borón
El resultado de las elecciones
del pasado domingo no fue un rayo en un día sereno. Un difuso pero penetrante
malestar social se había ido instalando en la sociedad al compás de la crisis
general del capitalismo, las restricciones económicas que impone a la Argentina
el agotamiento del boom de las commodities y la tenaz ofensiva mediática
encaminada a desestabilizar al gobierno. Era, por lo tanto, apenas cuestión de
tiempo que esta situación se expresara en el terreno electoral. Ya las PASO
(elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) celebradas el 9 de
Agosto habían sido una voz de alarma, pero no fue escuchada y analizada por el
oficialismo con la rigurosidad requerida por las circunstancias. Prevaleció una
actitud que para utilizar un término benévolo podríamos calificar como
“negacionista”, gracias a la cual la autocrítica y la posibilidad de introducir
correctivos estuvieron ausentes, con las consecuencias que hoy estamos
lamentando.
Me
ceñiré, en este breve análisis, a algunos aspectos más relacionados con la
estrategia y la táctica de la lucha política adoptadas por el Frente para la
Victoria en los últimos meses. Dejo para otro momento la realización de un
balance de la experiencia kirchnerista en su integralidad y con sus múltiples
contradicciones: asignación universal por hijo y concentración empresarial;
extensión del régimen jubilatorio y regresividad tributaria; desarrollo
científico y tecnológico (ARSAT I y II, etcétera) y sojización de la
agricultura; orientación latinoamericanista de la política exterior y
extranjerización de la economía. Algo he dicho al respecto en el pasado y no
viene al caso reiterarlo en esta ocasión. Volveré sobre este tema en un escrito
futuro, sin el apremio del momento actual. Tampoco me referiré, por ejemplo, a
cuestiones que remiten a un arco temporal que trasciende la actual coyuntura
electoral, como por ejemplo la llamativa ineptitud para construir un sujeto
político y hacer de “Unidos y Organizados” una verdadera fuerza plural y
frentista y no un cascarón vacío cuya única misión fue apoyar, sin ninguna
eficacia práctica, las medidas del gobierno. O a la asombrosa incapacidad para
preparar, al cabo de doce años de gobierno, un liderazgo de recambio que no
fuera Daniel Scioli, un político nacido del riñón del menemismo. O a la suicida
actitud, seguida hasta hace unos pocos meses, de descalificar y hasta
ridiculizar a quien, al final del camino, era el único candidato con el que
contaba el kirchnerismo a la hora de enfrentar la riesgosa sucesión presidencial.
Es decir, se vapuleó a una figura, contra la cual no se ahorraron ninguna clase
de ofensas y humillaciones, sin percibir, en la alegre ofuscación de los
cortesanos del poder, que era la única carta con la que contaban y que poco
después deberían vergonzosamente aferrarse a ella, cual clavo ardiente, en una
desesperada tentativa por salvar “el proyecto”. Dejo a la imaginación de los
lectores la calificación de esta actitud.
Más
cercano en el tiempo se cometieron varios errores de estrategia política de
incalculables proyecciones: para comenzar, la decisión de no apoyar a Martín
Lousteau en el balotaje por la jefatura de gobierno de la ciudad de Buenos
Aires en contra de Horacio Rodríguez Larreta, el delfín de quien hoy aparece
como el probable verdugo del kirchnerismo. De haberse actuado de esa manera,
dejando de lado un absurdo fundamentalismo, el macrismo habría perdido la
ciudad de Buenos Aires y se le habría propinado un golpe -si no mortal, al
menos demoledor- a la candidatura presidencial de Mauricio Macri. Esta
ofuscación del FPV, de la cual participaron desde la Casa Rosada hasta el
último militante, fue una bendición para la derecha ya que le permitió nada
menos que conservar en su poder a la ciudad de Buenos Aires y salvar el futuro
de su principal espada política. Pocos casos de miopía política pueden
igualarse a este.
Pero
la carrera de errores no se detuvo allí. Con la intención de salvaguardar la
pureza ideológica de la fórmula kirchnerista, y ante la desconfianza suscitada
por Daniel Scioli y su sinuosa trayectoria política no se tuvo mejor idea que
proponer como candidato a vicepresidente a Carlos Zannini. Al optar por el
Secretario Legal y Técnico de la Presidencia se configuró una fórmula
“kirchnerista pura”, buena para aplacar la ansiedad de los propios pero
absolutamente incapaz de captar un solo voto por fuera del universo político
del kirchnerismo. Esta decisión pasó olímpicamente por alto todo lo que enseñan
los manuales de la sociología electoral, que dicen que para obtener una mayoría
hay que presentar una oferta política capaz de atraer la voluntad no sólo de
los ya convencidos -el núcleo duro de una fuerza partidaria- sino también de
quienes podrían ser atraídos por otras razones: rechazo a las fuerzas
anti-kirchneristas, cálculo oportunista o tendencia a “votar a ganador”, entre
muchas otras. Pero la fórmula Scioli-Zannini cerraba todas estas puertas, como
se comprobó el pasado domingo y se quedaba enclaustrada en el voto
kirchnerista, importante para insuficiente para obtener la diferencia que
hubiera evitado el temido balotaje.
A lo
anterior se agregó otro yerro inexplicable: el empecinamiento en proponer como
candidato a la gobernación de la crucial provincia de Buenos Aires, que con
casi el 38 % del padrón nacional es la madre de todas las batallas políticas en
la Argentina, al Jefe de Gabinete de Ministros de la Presidenta Cristina
Fernández, Aníbal Fernández. Este fue víctima de una tenaz e inmoral campaña de
desprestigio que lo convirtió en el personaje con mayor imagen negativa de la
provincia. Pese a ello se insistió tercamente en una candidatura que solo
representaba a los propios y que perdía por completo de vista el complejo
panorama electoral de la provincia. El resultado fue una derrota inapelable a
manos de una candidata opositora, María Eugenia Vidal, que carecía por completo
de experiencia en ese distrito ya que se había desempeñado en los últimos ocho
años como Vice Jefa de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, acompañando a
Mauricio Macri. Justo es reconocer que en esta derrota existen
responsabilidades concurrentes: la mala imagen de Fernández se articuló con la
pobre gestión de Scioli en la provincia. Si esta hubiera sido algo mejor Vidal
no podría haberse alzado con la gobernación. Por ejemplo, si en lugar de dotar
a la provincia con los tan publicitados 85.000 nuevos policías el gobernador
saliente hubiera designado una cifra igual de nuevos maestros seguramente otro
habría sido el resultado. En todo caso, cuesta entender las razones del tan
pernicioso como costoso empecinamiento en sostener una candidatura como la de
Fernández en esas circunstancias.
Por
último, en este breve racconto, otro error fue la decisión de hacer que Scioli
desplegase una campaña en la cual fuera lo más parecido posible a Cristina y
cuyo eje central fuese la cerrada defensa de la gestión presidencial, sin
ninguna proyección a futuro. Contra quienes proponían como slogan el cambio -de
ahí el nombre de la alianza derechista: “Cambiemos”- o quien como Macri
demagógicamente exaltaba la “revolución de la alegría”, Scioli aparecía como un
político triste y titubeante, a la defensiva, e históricamente maltratado por
la presidenta y su entorno, debilitado por las críticas recibidas desde la Casa
Rosada, la Cámpora, Carta Abierta y con un libreto que lo condenaba a
posicionarse como un acérrimo defensor del “proyecto”, sin la menor posibilidad
de aludir a todo lo que faltaba hacer en el mismo, como una reforma tributaria
integral, la estatización del comercio exterior y la implementación de una
heterodoxa política antiinflacionaria que evitase la licuación de una parte
nada desdeñable de la cuantiosa inversión social del gobierno de Cristina
Fernández. Los resultados están a la vista.
Habría
otras cuestiones por señalar, como el faltazo ante el debate con los otros
candidatos presidenciales, que lo disminuyó aún más antes los ojos de la
opinión pública y el oportunista anuncio, hecho sobre la hora, de duplicar el
piso salarial para el impuesto a las ganancias, algo que el gobierno nacional
tendría que haber hecho hace mucho. En todo caso, parecería que ciertos cambios
habidos en la estructura social argentina y en el clima cultural imperante en
el país, fuertemente semantizados por el terrorismo mediático lanzado por la
derecha; cambios producidos precisamente por las políticas de inclusión social
del gobierno de CF, no operaron en la dirección de otorgarle mayor
sustentabilidad al proyecto sino todo lo contrario, en línea con tendencias ya
observadas en países como Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela y que es
incomprensible que hubieran sido pasadas por alto en la Argentina. No
necesariamente los sectores populares que mejoran su situación socioeconómica y
cultural gracias a la acción de los gobiernos progresistas y de izquierda luego
lo recompensan con su voto, y en la Argentina del pasado domingo esto fue muy
elocuente. Hace tiempo que hemos venido advirtiendo que, ante la ausencia de
una sistemática labor concientizadora y de formación ideológica –la célebre
“batalla de ideas” de Fidel- el boom de consumo no crea hegemonía política sino
que termina engrosando las filas de los partidos de la derecha.
Dado
lo anterior, revertir lo ocurrido en la primera vuelta electoral aparece como
una empresa muy difícil aunque no imposible. Habrá que intentarlo, para evitar que
la Argentina sea la punta de lanza de un proceso que, ahora sí, podría ser el
inicio del “fin de ciclo” progresista en la región, algo que hasta hace unos
pocos días parecía poco probable. De hecho, si el candidato del kirchnerismo es
derrotado en el balotaje sería la primera vez que un gobierno progresista o de
izquierda es vencido en las urnas desde el triunfo inaugural de Hugo Chávez en
diciembre de 1998. Hasta ahora, todos esos gobiernos fueron ratificados en las
urnas y sería lamentable que la Argentina rompiera con esa positiva tendencia.
Tenemos una responsabilidad regional de la cual no podemos sustraernos: una
victoria de Macri sería un golpe mortal para la UNASUR, la CELAC y el mismo
Mercosur. Además, la Argentina se realinearía incondicionalmente con el imperio
y este redoblaría su ofensiva en contra de los gobiernos bolivarianos, cada vez
más privados de apoyos externos. Como latinoamericano y marxista no puedo ser
indiferente ante la amenaza que representa un eventual gobierno de Macri que se
uniría de inmediato a Álvaro Uribe, José M. Aznar y sus mentores
norteamericanos en su pertinaz cruzada para erradicar de la faz de la tierra al
chavismo, a los gobiernos de Evo y Correa y para propiciar el “cambio de
régimen” en Cuba. Es decir, para liquidar definitivamente todo rastro de
antiimperialismo en América Latina. Nadie situado genuinamente en la izquierda
política podría contemplar distraídamente esta posibilidad ni dejar de hacerse
cargo de enfrentarla con todas sus fuerzas. Desgraciadamente, llegados a este
punto, no tenemos mejores opciones que la de apoyar al FPV para aventar el
riesgo de un mal mayor, sabiendo empero que si lográsemos triunfar en este
empeño tendríamos que darnos de inmediato a la tarea de construir una verdadera
alternativa política de izquierda porque el kirchnerismo, con sus aciertos, sus
errores y sus limitaciones ideológicas, no lo es y no puede serlo.
¿Podrá
Scioli doblegar a su contrincante en el balotaje? Dependerá de cómo diseñe su
estrategia de campaña para estas semanas. Los dos debates con Macri pueden ser
la llave del triunfo, si es capaz de pasar a la ofensiva y demostrar que tras
la vaguedad discursiva de su oponente se esconde un brutal programa de ajuste.
Pero no le bastará con eso. Tendrá también que dejar de circunscribir su
discurso a la defensa de la obra del kirchnerismo (algo para lo cual la
presidenta Cristina Fernández no necesita ayuda porque lo hace infinitamente
mejor que él), definir nuevas prioridades y salir con propuestas concretas en
materia económica, social, cultural e internacional que le permitan persuadir a
la opinión pública que podrá ser el presidente que comience a hacer todo
aquello que el kirchnerismo, en otros momentos, reconocía que aún restaba por
hacer y no hizo. Y que lo diga con convicción, sin pedirle permiso a nadie ni
esperar la palmadita afectuosa de la Casa Rosada. Es una tarea difícil pero no
imposible. Enfrente suyo no tiene a un De Gaulle o un Churchill sino a un
insulso producto de un astuto marketing político, apoyado por el aparato
publicitario de la derecha imperial. Difícil, repito, pero lejos de ser
imposible. Ojalá que le vaya bien porque, aunque algunos se empeñen en negarlo,
en este balotaje también se juega el futuro de los procesos emancipatorios y de
las luchas antiimperialistas en América Latina.
[Publicado en Nodal, noticias de América Latina y el Caribe, 31/10/2015]
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