"Las mujeres cantan hasta vivir", por Liliana Viola

En las antiguas minas de carbón los mineros solían llevar un canario en su jaulita. Si dejaba de cantar o se quedaba seco de golpe significaba alerta de contaminación y señal para salir corriendo. Las mujeres han sido durante mucho tiempo el canario no escuchado de un orden patriarcal que más que hacer caso del aviso siguió explotando la veta y respirando aire viciado.  Ya en las lecturas escolares del siglo pasado se nos aparecía Alfonsina Storni  (“Hombre pequeñito /suelta a tu canario que quiere volar…/ yo soy el canario, hombre pequeñito,/ déjame saltar”) aunque matizada con la cantinela de poeta (poetisa) suicidada por amor. En estos últimos años se ha hecho evidente que las mujeres cantan, y a diferencia del pájaro de la metáfora, con absoluta conciencia de su canto. No hasta morir sino todo lo contrario: “Ni una menos. Porque vivas nos queremos” en Argentina;  “Me too” en Hollywood; y por estos días “Ele Ñao” en Brasil. 
Lo de luchar cantando es literal y habrá que prestarle atención porque es parte de un lenguaje que se construye como propio. La campaña #EleÑao (El, no) se inició en agosto de este año desde una cuenta de Facebook (Ludimilla Teixeira, Salvador de Bahía, mujer cis, negra de 36 años) con un grupo llamado “Mujeres Unidas contra Bolsonaro” que en pocos días llegó a los 4 millones y recibió su consabido hackeo mientras sigue creciendo.  #EleÑao tuvo, por ejemplo, una impronta “jam session” con una cantante como Daniela Mercury que “desafiaba” a su colega Anitta (quien al principio insistía con eso de que el voto es secreto) a repudiar a la bestia. (Tanto Anitta como Madonna e incluso muchas personalidades de reconocida filiación conservadora se subieron al team). Hay más: las imágenes de la marcha gigante de mujeres contra Bolsonaro del 29 de septiembre pasado, citan en su esplendor a las históricas celebraciones del Orgullo, a las rondas de la infancia, los encuentros de mujeres y podrían ser una versión contemporánea de lo que se supone habrán sido los aquelarres. Los rostros sonrientes, los bailes, las canciones que caracterizan las marchas de mujeres tal vez respondan a una sabia determinación de no negociar el factor lúdico, y por qué no reconocerlo, el derecho a la alegría. ¡Si hasta el lema de la Campaña por el Derecho al Aborto en Argentina es una declaración que se graba en la conciencia a fuerza de rima! “ Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.
¿Dirán que todo muy lindo pero que la ventaja que acaba de obtener Bolsonaro es una franca derrota para el movimiento de las mujeres? O más todavía: que parte de los puntitos que sumó a último momento puedan atribuirse a un sector del electorado femenino que encuentra en la figura del marido golpeador que prefiere un hijo muerto antes que puto, la esperanza de una familia (tipo) unida y los respectivos valores de una normalidad en fuga. Agreguemos como respuesta otra pregunta: ¿No habrá en esta atribución superlativa del poder de las mujeres para bajar un candidato, una partida de defunción por adelantado? ¿Por qué deberíamos nosotras cambiar el mundo con la velocidad de un Whats App?  Para empezar habrá que advertir que esta coalición, tan global como de cuerpo a cuerpo, no representa una oposición sino una resistencia. Las mujeres unidas como nunca, no forman un partido político en los términos que se conocen en las democracias actuales, sino un colectivo en expansión que comienza desde abajo y con un carácter sororo, pedagógico, habiendo aprendido que “la dominación, vista desde arriba, suele verse como igualdad”. Tampoco se debería reducir el Ele Ñao a una reacción airada frente a los dichos políticamente incorrectos de un bocón y así dividir a las mujeres entre las ofendidas y las que hacen la vista gorda. 
Será que se está recalculando el concepto que nos define teniendo en cuenta que hoy como nunca la xenofobia, la homofobia, la transfobia, la represión a las minorías, el abandono hacia la población migrante, nos toca. El concepto “mujeres” en plural,  sintoniza hoy como nunca negras, negros, pobres, homosexuales, lesbianas, migrantes, indígenas, transexuales, demasiado feas para ser violadas, lo suficientemente lindas para correr peligro… y más. 
Mientras tanto, la candidatura de un tipo como Trump o Bolsonaro representa una de las últimas oportunidades de que la misoginia y el machismo puedan sentirse orgullosos de sí mismos y gastar sus últimos cartuchos (esto también en sentido literal)¿Que otra cosa más que masacre y represión militarizada y evangélica se puede esperar de un tipo que se autodenomina “el mito” y ejerce a la vista la mitomanía con aluvión de fake news mientras sustenta su credibilidad en que dice lo que piensa al peor estilo cloacal de un Baby Etchecopar, por nombrar un mamarracho local y de armas tomar. Que es auténtico porque agrede de frente, que no es corrupto porque pertenece al partido que persigue al acusado de corrupción aunque haya falseado su declaración de bienes, que propone soluciones tan inverosímiles como la pobreza cero o transformar los 33 billones de deficit en superavit mientras admite que entiende poco y nada de economía.  
Las mujeres no se levantan ofendidas. La indignación es patrimonio de los votantes de estos fenómenos reaccionarios que están apareciendo como vengadores de lo que se ha dado en llamar “la corrupción” un concepto que ha mutado, dice mucho más de lo que dice el diccionario y que parece habilitar la revancha salvaje de las buenas almas ¿Del que se vayan todos al que se mueran todos? Hace un año nomás, Marielle Franco, activista negra, lesbiana y concejal por Rio de Janeiro fue asesinada luego de haber dado un discurso público sobre los derechos de las mujeres negras en el contexto de la política blanca y machista de su país. Bolsonaro, el 8 de marzo, aclaró que el uso irrestricto de armas que propone como medida para terminar con los homicidios se extendería a las mujeres para que ellas mismas pudieran terminar con el “problema de los femicidios”.
O sea: las mujeres están ofendidas, sino en proceso de encuentro. El canto que alerta sobre el aire viciado de dominación tiene unos 110 años si se cuenta desde el primer 8 de marzo con las obreras quemadas por el dueño de una fábrica. Ahora que sí nos ven, hablar de derrota resulta cuanto menos anacrónico. Hablando de dictaduras y de tiranías revisitadas, Antonio Gramsci decía que “la actualidad nos obliga a cambiar el vocabulario”. Y eso justamente están haciendo las mujeres hoy en Brasil y en tantas partes. Dejemos caer la palabra “tirano” sustituyéndola por “misoginia” y haremos del pasado historia contemporánea.
[Publicado en la edición del 8/10/2018 en diario Página12.]

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