“Mujeres que cocinan sombras”, por Natalia Gelós

Las vidas privadas de Pippa Lee, Rebecca Miller. Barcelona, Anagrama, 2009, 294 págs. Trad. Cecilia Ceriani.

A simple vista, Pippa Lee es crème brûlée. En sus profundidades, sin embargo, se asemeja más al fuego que el soplete emite para derretir la capa de caramelo que cubre el postre recién hecho para las visitas. En la sala de ese barrio de retiro al que llaman “Villa Arruga”, en donde parejas de ancianos acaudalados van a vivir sus últimos años, un grupo de intelectuales neoyorquinos festeja el cumpleaños de Herb Lee, editor estrella del mundillo editorial en Estados Unidos y esposo de Pippa. En esa especie de reclusión, empieza a cocinarse en la mujer una revolución que agita, sobre todo, los escombros de un pasado que enterró al casarse con Herb (varios años mayor que ella).
Cuando Rebecca Miller dedica ésta, su primera novela, a su padre, a su madre y a D. no está dedicándosela a un entorno cualquiera. Su padre fue Arthur Miller, su madre, la prestigiosa fotógrafa Inge Morath, y D. es Daniel Day Lewis, el laureado actor irlandés. No es casual que las sombras aniden en la obra de Miller como fantasmas. Porque, digámoslo, con tamaña familia, la atención está asegurada, pero sobretodo puesta a ver qué hace esa mujer para descollar entre tantas figuras a su alrededor. Miller despunta en el arte a través de la pintura, del cine y de la literatura. Con films como Ángela o la exquisita Balada de Jack y Rose, probó que sabe lo que hace. Con Velocidad Personal, su primer libro de relatos, consiguió meterse en la lista de los mejores libros del año del Washington Post y The Guardian. ¿Qué sería de Miller sin su estirpe? Hay quienes ponen en duda su éxito. Hay quienes lo justifican. Y ante tal pregunta, adquieren peso dos de los grandes temas de Las vidas privadas… A ese juego de sombras que teje en esta obra, que llevó al cine bajo el mismo nombre, se le une el de la identidad como motor de búsqueda.
De las sombras del pasado habla, entonces, su novela; de ésas que nos forman como sujetos. ¿Cómo nos dejamos atrás? ¿Cómo nos escondemos, nosotros, los pasados, del presente que nos aprisiona? ¿Cuándo es que dejamos de ser protagonistas de nuestras propias vidas? Ésas son las preguntas que se abren con Las vidas privadas de Pippa Lee. La protagonista, convertida en una de esas mujeres que nunca se despeinan, emprende el camino de retorno a lo que fue, una chica salvaje, abierta a cuanta droga se insertara en su sistema, la típica chica triste y bella sin ambiciones personales que funciona a la perfección, ya mayor, como “mujer de escritor”, o de “editor”, o de cualquier categoría de hombre importante. A partir de esa búsqueda, Miller trata de mostrar las grietas, y construir un mapa interior de esa mujer –y de todas las mujeres– que cambian pasado turbulento por presente sosegado, en la tranquilidad de una mesa pulcra sin migas en la superficie.
En Estados Unidos, en un mercado editorial dominado por hombres, la de Miller es una firma sobria; sin embargo, con Velocidad personal y con Las vidas privadas…, Miller ha conseguido hacerse de un nombre propio y generar expectativa ante cada nuevo trabajo. Esta primera novela tiene puntos altos, de prosa honesta y delicada, en la primera y la última parte, cuando la autora muestra la vida de esa Pippa enterrada en el apellido de su esposo. Al (re)construirla, retrata épocas, relaciones, distintos ambientes sociales. Sin dudas la burguesía intelectual es la descripción que mejor le sale.
Curiosamente, lo que en la novela pierde fuerza y se diluye en vivencias un tanto artificiales, en la pantalla cobra poder a través de escenas que combinan ritmo y planos cortos, y fotografías, que logran sí captar el pulso de la juventud de esa protagonista. En la pantalla, la directora logra agilidad al entrar en los flashbacks a través de elementos cotidianos (una torta, un paquete de cigarrillos) que disparan la memoria de Pippa Lee, interpretada por Robin Wright Penn.
En ese ejercicio de llevar una obra propia del libro al cine, Miller presenta logros y flaquezas. Quizá las casi dos horas en pantalla no alcanzan a mostrar con igual éxito la complejidad de una mujer que vivió una transformación tan radical. El puente entre una Pippa y la otra se diluye. Para simplificar esa mutación, la directora lleva al extremo el “entierro” de una por la otra y así mostrar cómo a veces las personas se olvidan de sí mismas, adrede o no, para cumplir los deseos del otro.
Herb Lee, el esposo de Pippa, en un momento se siente eufórico. El hombre asegura haber encontrado “la gallina de los huevos de oro” en una novela: “Es buena desde cierto punto de vista –describe–. Tiene un tono popular, pero para intelectuales. O, un tinte intelectual para todo el público.” En esa categoría podría incluirse este libro de Miller y allí calzaría, también, su película.

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