"Un libro visionario pensado para el porvenir", por Marcelo Damiani

Zettel, de Héctor Libertella. Ed. Letranómada, Buenos Aires, 2009. 76 págs.

“El arte es un fenómeno de tipo ambiental. En días de mucho calor y alta densidad atmosférica puede parecer un espejismo.” De esta forma brillante arranca Zettel, el último libro que Héctor Libertella escribió antes de morir. El texto empezó como una suerte de antología personal que pasó por muchas versiones (de hecho tal vez la publicada no sea la última), algo muy común en este autor que hizo de la obsesión por corregir sus textos (incluso los ya publicados) una parte fundamental de su inimitable estilo. La bella edición de Letranómada (de un verde intenso que recuerda la edición mejicana del Zettel de Wittgenstein que Libertella supervisó), bajo el cuidado meticuloso de Laura Estrin (también autora del acertado prólogo), está compuesta de nueve partes o secciones, todas precedidas por un epígrafe del autor. Son en total 95 fragmentos que quieren huir del carácter soberbio del aforismo pero también del aburrimiento (profundo) de la argumentación, como reza el epígrafe que abre el libro, firmado por un tal Winfried Hassler, pariente teórico (ficticio) del futbolista alemán Thomas Hassler (según confesión del autor), figura que ya prestaba otra de sus ideas (además de su nombre) para la apertura (y el final) de esa genial instalación histérica que es El árbol de Saussure (2000). Este espíritu lúdico va a ser un rasgo recurrente en los libros de Libertella, aunque toda su obra estuvo marcada por cierta etiqueta hermética que él mismo se encargó de afirmar con títulos como Ensayos o pruebas sobre una red hermética (1990), pero también de negar con galantería, como si estuviera parodiando a Tom Castro, ese personaje "inverosímil" borgeano al que le gustaba jugar con las tendencias del público; la diferencia es que Libertella siempre tuvo muy en claro cuál era su apuesta y jamás la negoció como la mayoría. Su poética, en un sentido, era una arriesgada apertura a la clausura del lenguaje, suerte de versión conceptual del célebre relato de Kafka: "Ante la ley"; paralelamente, por otro lado, su escritura se fue haciendo cada vez más y más diáfana, y al final, como muy bien señaló Ricardo Strafacce, se aproximó asintóticamente al silencio, a esa página en blanco definitiva, arcaica y perfecta, a la que quizá también aludía Kasimir Malevich con su ya clásico “Cuadrado blanco sobre fondo blanco” (1918). Es que Libertella, suerte de teórico de la recepción literaria, estaba mucho más interesado en el carácter concreto del individuo lector que en la vacua abstracción de las etiquetas mercantiles y críticas (siempre demasiado dependientes de las modas intelectuales). Citemos, en todo caso, una vez más su sabia locución del loro: “Allí donde hay un interlocutor, un solo interlocutor, allí se constituye un mercado”. Seguramente los fragmentos de Zettel encontrarán muchos interlocutores entre nosotros, pero muchísimos más en el futuro, ya que este libro, visionario y único, está pensado para el porvenir, como toda auténtica literatura que se precie de tal.

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