"Un Wilcock desconocido", por Nicolás A. Chiavarino
Italienisches Liederbuch. 34 poemas de amor, de Juan Rodolfo Wilcock. Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2010. Edición bilingüe. Traducción y texto epilogal a cargo de Guillermo Piro.
La edición en Argentina del último libro de poemas de Juan Rodolfo Wilcock permite recuperar un aspecto que hasta ahora había sido desestimado en relación con la producción en Italia de un autor que practicó en esas tierras casi todos los géneros imaginables, ofreciéndonos la posibilidad de acercarnos a un Wilcock de algún modo desconocido. Italienisches Liederbuch, el “libro de canciones italianas” que escribe en menos de dos semanas del verano de 1973, está compuesto por 34 poemas que refieren, ante todo, al amor, a un amor que lo abarca todo, que no deja nada fuera del alcance de su influencia. Pero también es un libro de viajes, un recorrido geográfico por una Roma “particular” o “inusual”, como afirma Guillermo Piro (quien ya había traducido algunos de sus escritos italianos en prosa, como El ingeniero o Hechos inquietantes) en la “entrevista” que acompaña esta publicación: una Roma atravesada por la historia, y cuyas calles son transformadas por esa persona amada a la que todo, absolutamente todo, refiere, y a la que todos los poemas están dirigidos.
Suele pensarse a Wilcock como un autor escindido entre dos períodos diferentes (recordémoslo: se traslada de Buenos Aires a Roma en 1957 con el objetivo de “escribir en italiano”), un escritor que realiza el pasaje que va desde una poesía grandilocuente y sublime hacia un entramado de géneros en los que prolifera el humor unido a lo grotesco y lo monstruoso. Italieniesches Liederbuch es, de toda la obra “italiana” de Wilcock, aquella que más lo liga con su literatura de juventud, con aquella poesía lírica practicada por autores de la llamada “generación neorromántica” de la década de 1940. Netamente diferente de sus poemarios anteriores en italiano, Luoghi comune, de 1961 o Tri stati, de 1963, y de los poemas inéditos recogidos en Poesie, este “libro de canciones” recupera de su literatura en lengua española una mirada sobre el tiempo (“Lees palabras de un tiempo olvidado”), alusiones mitológicas (“en este Olimpo elegido por ti como morada”) y, de modo aun más llamativo, retoma un forzamiento de la lengua, que si en sus primeros poemas apuntaba hacia una adjetivación en algún punto extravagante, aquí se pondrá en juego, además en el uso de algún neologismo, a través de formas de negación del sexo del destinatario, esa figura amada abandonada en un género neutro indiscernible.
Sin embargo, también es posible leer en estos poemas algunos rasgos más propios de su producción en italiano, como el costado humorístico a través del contraste entre la referencia mítico-religiosa y la razón tecnológica (“El sexto mensaje apareció en el cielo,/ era un anuncio, me parece, de la Firestone”). Pero es, nuevamente, la importancia de lo geográfico lo que más llama la atención: dejada de lado en sus poemas de los cuarenta, en contraste con una generación que decía inspirarse en los territorios de la Patria (en la recuperación de una tradición modernista propia de los Romances del Río seco de Lugones), los treinta y cuatro poemas que componen Italienisches Liederbuch exasperan la experiencia de un recorrido que avanza, que asciende y se hunde por distintos espacios de esa Roma alejada de los ámbitos turísticos, acompañados de un ritmo que remite a una musicalidad particular, y que permite pensar en las Lieder de Hugo Wolf, en esas otras italienisches Liederbuch que Wilcock escuchaba en la radio, retirado en su casa de Lubriano.
La edición en Argentina del último libro de poemas de Juan Rodolfo Wilcock permite recuperar un aspecto que hasta ahora había sido desestimado en relación con la producción en Italia de un autor que practicó en esas tierras casi todos los géneros imaginables, ofreciéndonos la posibilidad de acercarnos a un Wilcock de algún modo desconocido. Italienisches Liederbuch, el “libro de canciones italianas” que escribe en menos de dos semanas del verano de 1973, está compuesto por 34 poemas que refieren, ante todo, al amor, a un amor que lo abarca todo, que no deja nada fuera del alcance de su influencia. Pero también es un libro de viajes, un recorrido geográfico por una Roma “particular” o “inusual”, como afirma Guillermo Piro (quien ya había traducido algunos de sus escritos italianos en prosa, como El ingeniero o Hechos inquietantes) en la “entrevista” que acompaña esta publicación: una Roma atravesada por la historia, y cuyas calles son transformadas por esa persona amada a la que todo, absolutamente todo, refiere, y a la que todos los poemas están dirigidos.
Suele pensarse a Wilcock como un autor escindido entre dos períodos diferentes (recordémoslo: se traslada de Buenos Aires a Roma en 1957 con el objetivo de “escribir en italiano”), un escritor que realiza el pasaje que va desde una poesía grandilocuente y sublime hacia un entramado de géneros en los que prolifera el humor unido a lo grotesco y lo monstruoso. Italieniesches Liederbuch es, de toda la obra “italiana” de Wilcock, aquella que más lo liga con su literatura de juventud, con aquella poesía lírica practicada por autores de la llamada “generación neorromántica” de la década de 1940. Netamente diferente de sus poemarios anteriores en italiano, Luoghi comune, de 1961 o Tri stati, de 1963, y de los poemas inéditos recogidos en Poesie, este “libro de canciones” recupera de su literatura en lengua española una mirada sobre el tiempo (“Lees palabras de un tiempo olvidado”), alusiones mitológicas (“en este Olimpo elegido por ti como morada”) y, de modo aun más llamativo, retoma un forzamiento de la lengua, que si en sus primeros poemas apuntaba hacia una adjetivación en algún punto extravagante, aquí se pondrá en juego, además en el uso de algún neologismo, a través de formas de negación del sexo del destinatario, esa figura amada abandonada en un género neutro indiscernible.
Sin embargo, también es posible leer en estos poemas algunos rasgos más propios de su producción en italiano, como el costado humorístico a través del contraste entre la referencia mítico-religiosa y la razón tecnológica (“El sexto mensaje apareció en el cielo,/ era un anuncio, me parece, de la Firestone”). Pero es, nuevamente, la importancia de lo geográfico lo que más llama la atención: dejada de lado en sus poemas de los cuarenta, en contraste con una generación que decía inspirarse en los territorios de la Patria (en la recuperación de una tradición modernista propia de los Romances del Río seco de Lugones), los treinta y cuatro poemas que componen Italienisches Liederbuch exasperan la experiencia de un recorrido que avanza, que asciende y se hunde por distintos espacios de esa Roma alejada de los ámbitos turísticos, acompañados de un ritmo que remite a una musicalidad particular, y que permite pensar en las Lieder de Hugo Wolf, en esas otras italienisches Liederbuch que Wilcock escuchaba en la radio, retirado en su casa de Lubriano.
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