“Ser escritor, ser artista, vuelve a tener peso y valor”



Lunes, 11 de abril de 2011
Este mes habrá una exposición en el Congreso de la Nación

Si prospera el proyecto presentado por el diputado Carlos Heller, todos los autores y autoras en edad de jubilarse, con un mínimo de cinco libros editados, podrán percibir una asignación mensual de tres jubilaciones mínimas, unos 3816 pesos.

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Dujovne Ortiz habla de “dar tranquilidad” a los escritores.
Por Silvina Friera

El clima de época vuelve a poner en la órbita del lenguaje palabras que se habían oxidado. El diputado Carlos Heller presentó un proyecto de ley de jubilación que permitirá reparar injusticias, descuidos y omisiones tan arraigados que parecían naturalizados. Todos los autores y autoras en edad de jubilarse (65 años), con un mínimo de 5 libros editados, podrán percibir una asignación mensual de 3 jubilaciones mínimas, unos 3816 pesos. “Los escritores aportan a la cultura general de una comunidad; son creadores individuales que generan una suerte de ‘riqueza social’, difícil de cuantificar o particularizar, pero fácilmente perceptible en su conjunto. En la Argentina son muchos los escritores que terminaron sus días en la indigencia, y muchos más los que, adicionalmente, lo hicieron en el silencio y el olvido”, argumenta el diputado en los fundamentos del proyecto. “La sociedad argentina les debía esto a sus escritores. No una simple ayudita sino una jubilación digna en reconocimiento a su trabajo. La absoluta justicia de esta iniciativa no necesita explicaciones ni mucho menos discursos llorosos sobre la situación del viejo escritor”, dice Alicia Dujovne Ortiz a Página/12. “En una época dominada por un mercado editorial despiadado que impone normas literarias, lo menos que se le puede ofrecer al que se ha pasado la vida escribiendo es una tranquilidad equivalente a la de cualquier otro trabajador jubilado.”

El proyecto presentado por Heller, denominado Asignación Unica por Trabajos y Obras en Reconocimiento a Escritores (Autores), recoge el espíritu de una propuesta que se trabajó desde el Espacio Literario Juan L. Ortiz, el área de Políticas Culturales y el departamento de Estudios Parlamentarios del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini (CCC). El martes 26 de abril el diputado del Bloque Nuevo Encuentro Popular y Solidario realizará una exposición en la Cámara de Diputados sobre los objetivos y beneficios de la propuesta legislativa. “La jubilación es un hecho histórico para los escritores argentinos. Por primera vez se reconocerá la obra literaria como un trabajo intelectual que merece una jubilación con la debida presentación que ofrece el PAMI, extensible al grupo familiar”, pondera Juano Villafañe, escritor y director artístico del CCC.

Claudia Piñeiro dice que la iniciativa le parece “fundamental” por una cuestión de justicia social: “Todo trabajador tiene que tener una jubilación digna”. Miguel Gaya plantea que cubre una reivindicación, el reconocimiento a la labor de los escritores como “aportantes colectivos a la construcción de la cultura”. Daniel Freidemberg advierte que, escritor o no, “cualquier habitante de la Argentina merece que se asegure su subsistencia, al menos si, por razones de edad o de algún otro tipo, no está en condiciones de ganarse el sustento, como la Asignación Universal por Hijo o a mujeres embarazadas, en este caso para personas mayores”. Susana Cella sostiene que el reconocimiento al trabajo, sea manual o intelectual, es un derecho básico. “Debido a la peculiar situación de los escritores, que no es igual en otras actividades, esta asignación única, con la debida normativa, es un avance en las necesarias legislaciones laborales.” El dramaturgo y director teatral Héctor Levy-Daniel no escatima adjetivos para una ley inédita en el ámbito nacional. “Me parece una ley extraordinaria, francamente impensable para un país en el que el jefe de Gobierno de la ciudad capital se da el lujo de postergar indefinidamente el pago de las sumas que significan los premios que la propia ciudad, a través del Ministerio de Cultura, otorga a los escritores.” Carlos Chernov admite que, al seguir su vocación, “los escritores se resignan a la idea de que deberán vivir de otro empleo, no muy bien remunerados, como casi todos los que giran en torno de las letras”. “A menos que provenga de una familia adinerada, el escritor se encontrará en la madurez con un pasar económico no muy diferente del que tenía en su juventud, pero estará mucho más cansado. Sin embargo, habrá producido con mayor o menor felicidad una obra.

¿Por qué en términos de reconocimiento social parece que la labor de un escritor no es considerada un trabajo remunerado? ¿Acaso hay todavía arraigada una creencia que alienta que la escritura o el arte en general sería una especie de pasatiempo? “La labor y el aporte del escritor han sido invisibilizados y banalizados por años de autoritarismo e ideología neoliberal –reflexiona Gaya–. Nuestro país fue fundado y pensado por escritores e intelectuales que participaron activamente en su definición y conducción, mucho más de lo que ciertas corrientes historiográficas están dispuestas a reconocer, que asimilan la patria al olor a pólvora y a bosta de ganado. Si algo hemos aportado a la historia y a la cultura universales, y de lo que debemos sentirnos orgullosos, no han sido militares ni emperadores, sino escritores y hombres de la cultura. Sin embargo, ser escritor fue primero señalado como peligroso y perseguido por gobiernos autoritarios; y luego fue sindicado de inútil e ignorado por una cultura que lleva a confundir valor y precio. Ser escritor, ser artista, pulsar la densidad y el destino de ser humano, vuelve a tener peso y valor.”

Piñeiro afirma que se ha instalado “una ignorancia especulativa e interesada con respecto a un hecho que no debería ignorarse más: que los escritores tenemos un salario y que ese salario se compone de los derechos de autor que cobramos, de los honorarios por colaboraciones en medios gráficos, de los honorarios por dar clases o participar en un evento”. La autora de Las grietas de Jara agrega que esa “ignorancia especulativa” habilita a que haya editoriales “que sólo te publican si firmás un contrato por toda tu vida, más setenta años de tus descendientes, lo que técnicamente implica un estado de esclavitud; medios que te piden columnas o notas de ‘onda’, empresas que te piden participar ad honorem en eventos con los que ellos lucran. Y todo esto se basa en partir de la idea de que un escritor escribe porque le gusta o porque no tiene más remedio. Y eso es cierto, pero en ningún caso para que otro haga negocio con esa bendición o esa condena”.

Hace unos años Chernov leyó las actas de los juicios que el régimen stalinista llevó a cabo contra algunos “poetas disidentes”. “Me llamó la atención que el fiscal basara su alegato en que estos poetas no habían producido obra en un tiempo determinado: se los acusaba de no haber ‘trabajado’ –recuerda–. Cuando era joven creía que la escritura era una actividad excitante e inevitable, algo que parecía una elección, pero no la consideraba un trabajo; como si la literatura transcurriera en un espacio paralelo, ajeno al de las relaciones de producción. Años más tarde, no sólo la considero un trabajo; por la exigencia de perfección propia del arte, que lleva a corregir la obra una y otra vez, diría que más que un pasatiempo la literatura es una forma de masoquismo.”

Dujovne Ortiz ilustra el caso con una anécdota de su cosecha. “Una vez una señora me llamó para felicitarme por un libro y a continuación me preguntó: ‘¿Y aparte de eso usted de qué vive?’. ‘De la literatura, ¿de qué quiere que viva, de bailar clásico?’, le contesté. ‘¡Vivir de la literatura –exclamó con asco–, qué desagradable!’”. La escritora esgrime que esta “actitud romántica” de su ocasional interlocutora ya era falsa en 1830. “George Sand no escribía frases largas sólo porque su inspiración se lo dictara, sino porque sus novelas salían en los diarios en forma de folletín, y le pagaban por línea.”

Si hay un debate en puerta, Levy-Daniel traza algunas coordenadas para polemizar. “Ya en las primeras páginas de la Biblia el trabajo está asociado al sudor. Y dado que se supone que el escritor hace voluntariamente lo que hace, habiendo podido elegir otro camino, se deduce que lo hace porque le gusta. Y si está realizando algo que le gusta, eso que hace se puede considerar de cualquier manera menos como trabajo.” Así como hubo y hay quienes rechazan con argumentos paleolíticos la Asignación Universal por Hijo, el dramaturgo calcula que habrá sectores que pondrán palos en la rueda. “No van a faltar voces que van a oponerse a la idea de la jubilación para escritores con el pretexto de que es mucho mejor que esa plata vaya a parar a otras personas verdaderamente trabajadoras que merecen mucho más que los escritores una jubilación digna.” Cella admite que en parte hay cierto imaginario, aun compartido por algunos escritores, que coloca a la actividad literaria en una suerte de singularidad diferenciada de un trabajador. “Muchos escritores al mismo tiempo son y han sido profesores, traductores, editores, lo que implica otro tipo de relación laboral. Pero la escritura, seriamente concebida, no es un ‘pasatiempo’, sino un trabajo intelectual, y como tal se incluye en los derechos de un trabajador –aclara la escritora–. Respecto de las remuneraciones, hay que considerar no sólo la elaboración del texto sino también su publicación y sobre todo su distribución, y aquí se suma un factor sumamente importante que tiene que ver con políticas editoriales y pautas del mercado con la incidencia que esto tiene para los escritores. De ahí que aquellos que no escriben según esas pautas o no ingresan en circuitos de promoción o difusión, suelen quedar desprotegidos, aun cuando los avale una apreciable obra.”

Villafañe dice que el trabajo intelectual tanto como los derechos de autor por las nuevas condiciones que ofrecen los medios de comunicación y las nuevas tecnologías se potencian y tienen mucha relevancia. “La idea de que la escritura o el arte son un ‘pasatiempo’ está muy asociada al valor de uso de una obra, al valor del placer o a la diversión que, por cierto, son muy importantes. Las nuevas condiciones tecnológicas les han dado a la palabra y a las imágenes un fuerte valor de cambio y de comercialización. Hace unos 10 años a nadie se le hubiera ocurrido que el sistema de vender palabras se iba a transformar en uno de los grandes negocios del mundo. El motor de búsqueda Google es una de las empresas más rentables del planeta vendiendo justamente palabras –ejemplifica el director del CCC–. Hoy los valores simbólicos tanto tangibles como intangibles impactan también en los productos brutos nacionales. La cultura ofrece una importante renta. Es fundamental reconocer entonces el trabajo intelectual como parte del capital cultural de un país. La jubilación del escritor viene a reconocer un trabajo que no siempre está retribuido solamente desde la propiedad intelectual.”

“Vivir de la literatura es como estar encaramados a la montaña rusa sin esperanzas de que la rueda pare –compara Dujovne Ortiz–. Si esta jubilación consigue aminorar los sacudones, bienvenida sea.”

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