Un lince anda suelto

Revista Qué leer publicó esta semblanza sobre el editor Enrique Murillo (Los libros del lince), en su sección "Bestiario". (¿Y ahora quién babea? )

Foto: Marta Calvo
Además de haber sido periodista fundacional de El País y traducir a Nabokov, Conrad o Stevenson, ha estado metido en la cocina de Anagrama, Alfaguara, Planeta y Plaza & Janés, donde fue director editorial. Pero a Murillo le pasa como a Jack London, que tiene alma de vagabundo. Se nota en cuanto entras en su despacho, compartido con una galería de arte: su ordenador de trabajo es un portátil que ni siquiera está conectado a una pantalla fija; la herramienta ideal para salir corriendo con lo puesto cuando convenga. De su paso por las majors de la edición, presume con sorna de haber batido el récord europeo de despidos. En los últimos años había ido dando tumbos por editoriales poco boyantes como El Andén o Leqtor, pero finalmente parece haber encontrado su lugar en el mundo con Los Libros del Lince, que arrancó con menos de 50.000 euros que logró reunir entre varios socios. Se trata de una editorial centrada en temas como energía nuclear, eutanasia, alimentación, globalización, decrecimiento, educación, deterioro del sistema democrático… Con ojillos de lince periodista confiesa que, cuando contrata un libro, ya piensa en los titulares que puede generar. Pero la literatura le pierde. O lo gana. Porque, aunque sea un asunto del que no hable mucho y se ocupe poco, también ha escrito cuatro libros de ficción. Por eso también ha puesto en marcha una colección literaria donde se da el espaldarazo a talentos emergentes como Matías Néspolo, Jimena Néspolo, Rodrigo Díaz y, ahora, Willy Uribe. Que Murillo sea escritor, aunque tan perezoso que prefiere editar lo que hacen otros, explica algunas cosas. Por ejemplo, que el añorado Terenci Moix confiara tanto en su rotulador rojo que le hacía sentarse tardes enteras en la mesa de la cocina para que acotara su arrolladora incontinencia escritora. Sentados en un sofá de su despacho compartido, él descalzo, con los mocasines abandonados bajo la mesa de escritorio con la sana indolencia de quien ha decidido ir a su aire, cuenta cómo se le ocurrió publicar una guía de supervinos (va por la quinta edición) que le permitiera sufragar el gasto de los libros literarios que dan pérdidas. Es el momento de hacer la gran pregunta: ¿Por qué alguien que parece tan afable, culto y conocedor del oficio no ha durado en ninguna editorial? Y ahí se pone serio: “Navajear para subir, no es mi vida, con eso no puedo. Soy intolerante para determinadas cosas… No volvería ni loco a una multinacional. ¡Aquí me lo paso bomba!”.
Texto: A.G. Iturbe

Comentarios

Entradas populares