Fabián Soberón entrevistó a Lucía Puenzo. La entrevista completa puede leerse aquí, en el diario La Capital (Rosario, Santa Fe, 02-10-11).
 
Desde el cine y la literatura, Lucía Puenzo (Buenos Aires, 1976) ha producido una obra singular que entrecruza elementos fantásticos, cuestionamientos a la moral, reflexiones sobre la sexualidad e incursiones en la problemática historia argentina. Ese lugar vuelve a afirmarse con la reciente publicación de Wakolda, una novela que explora "el costado más oscuro de la medicina" alrededor de un personaje histórico, el médico nazi Josef Mengele. El libro continúa ahora en el guión de una película. Pero los géneros, dice la escritora y directora, no se complementan: son caminos opuestos, formas de producción heterogéneas, casi universos paralelos
Puenzo ha publicado además las novelas El niño pez (2004), Nueve minutos (2005), La maldición de Jacinta Pichimahuida (2007) y La furia de la langosta (2009). Sus dos películas, XXY (2007) y El niño pez (2009), obtuvieron importantes premios en festivales internacionales. "Me gusta la literatura que se deja llevar por los desvíos, por las asimetrías y las digresiones. Las obras que se apartan de sus intenciones originales. Hay veces que lo único que tengo claro es hacia dónde no quiero ir, el resto es pura búsqueda", dice.
—¿Cuáles son para vos las diferencias entre la literatura y el cine?
—En el cine un director no puede no saber hacia dónde va, qué va a filmar ese día, qué actores necesita. No saber es muy costoso. En la literatura uno puede ir a la deriva, a paso de hormiga, paladeando cada frase, buscando el ritmo de la narración, descubriendo hacia dónde va la historia a medida que se escribe cada página. La literatura es el mundo del detalle. Una novela se escribe pensando cada palabra y cada frase con la misma concentración. En un punto, la trama es lo que menos importa. No importa qué pasa sino cómo, y en ese cómo está el estilo y el ritmo del relato. Los cuentos y novelas que más me gustan están escritos sobre desvíos, y a veces en ese deambular está lo mejor de la novela. Las pocas veces que intenté planificar hacia adónde iba, llegaba de A a B demasiado rápido... No tener la menor idea de qué va a pasar en el próximo párrafo me estimula y divierte. Al mismo tiempo, escribir una novela es una maratón. Me toma por completo, me cuesta pensar en otra cosa, si escribo media página en un día me siento muy contenta, y eso puede ser muy absorbente. Así es como escribo: buscando por dónde ir, siempre con la página en blanco. Es lo más parecido a jugar que existe.

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