Leonard Cohen y su discurso al recibir el Premio Príncipe de Asturias a las Letras 2011

Cuando estaba armando la valija en Los Angeles me sentía inquieto porque siempre he tenido cierta ambigüedad acerca de los premios a la poesía. La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Quiero decir, si supiera de dónde vienen las canciones, iría allí más seguido. Es difícil aceptar un premio por una actividad que en realidad no controlo. Haciendo el equipaje para venir, tomé mi guitarra Conde, hecha en España, en el taller del Nº 7 de la calle Gravina hace 40 años más o menos. La saqué de la caja, parecía llena de helio, muy liviana. Me la acerqué a la cara y la olí. Está muy bien diseñada y tiene la fragancia de la madera viva. Sabemos que la madera nunca muere y por eso olía el cedro, tan fresco, como si fuera el primer día, cuando compré la guitarra hace 40 años. Y una voz parecía decirme: “Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud al pueblo, a la tierra de donde surgió esta fragancia”. Y he venido esta noche a agradecer al suelo y al alma de esta tierra que me ha dado tanto. Porque igual que un hombre no es un DNI, una calificación de deuda tampoco es un país. Ustedes saben de mi fuerte asociación con Federico García Lorca. Puedo decir que cuando era un hombre joven, un adolescente, estaba hambriento por encontrar una voz. Y estudié a los poetas ingleses y conocí bien su trabajo y copié sus estilos, pero no pude encontrar una voz. Fue sólo cuando leí, incluso en una traducción, los trabajos de Lorca, que entendí que había una voz. No quiero decir que copié su voz; no me hubiera atrevido. Pero él me dio permiso para encontrar una voz, localizar una voz, encontrar un yo, un yo que no es fijo, que lucha por su propia existencia.

Al hacerme mayor supe que las instrucciones venían con esa voz. ¿Y qué instrucciones eran ésas? Nunca lamentarse. Y si uno debe expresar la gran e inevitable derrota que nos espera a todos, debe hacerlo dentro de los estrictos confines de la dignidad y la belleza. Así que ya tenía una voz, pero no tenía el instrumento para expresarla. No tenía una canción. Y ahora voy a contarles brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.
Yo era un guitarrista indiferente. Sólo sabía unos cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos, bebía y cantaba las canciones folk y las canciones populares de aquellos días, pero nunca me vi como un músico o un cantante. Un día, a principios de los años ’60, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal. Su casa estaba cerca de un parque con una cancha de tenis donde la gente iba a ver a los hermosos tenistas disfrutar de su deporte. Fui a pasear a ese parque que conocía desde chico y encontré a un joven tocando la guitarra. Estaba tocando flamenco y lo rodeaban dos o tres chicas y chicos escuchándolo. Me enamoré de su manera de tocar. Algo de lo que hacía me capturó. Yo quería tocar así, aunque sabía que nunca lo lograría.

Aquí, el discurso completo de Leonard Cohen.

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