"YO, YO y YO", por Juan Filloy
Borre de su frente esas zarandajas. Ni por hipótesis las admito. Usted ya conoce mi terreno. Es quebrado como una salamanca y goza de un hermoso panorama sobre el cementerio local. Digo hermoso porque la estupidez está en grado de sublimidad. Nada más hiriente que ver la muerte municipalizada en nichos y cubículos. ¿En qué criterio cabe semejante embretar el acceso a la ultratumba? Un cementerio no debería ser más que un gran vado: un paraje idílico… Si cal y calavera riman en principio y en eternidad, ¿por qué intendentes y concejales obcecados se emperran en amontonar argamasa, cemento y mármoles mortuorios? Si el calcio sostiene la vida ¿por qué castigarlo en la muerte?
Yo confío en su perspicacia. Aproveche la desfachatez de ese panorama para adecuarlo al paisaje de mi casa. Por lo pronto, obstrúyalo con espejos que repitan la existencia por doquiera. Espejos colosales y espejos diminutos. Creo en la efusión de la vida y en la vida circundante. Lo sé un urbanista del ensueño. Vaya pensando entonces en que cada nube que traspase mi fundo tenga un poeta encima. Y cada poeta con hemorroides encuentre en mi asilo su bidet.
(…)
El hombre que sabe vivir es la escultura movible que adorna la mansión. Tenga presente este aserto. Yo quiero que cada paso mío sea una ubicación. Y que cada actitud responda al marco en que se realiza. He visto tantas viviendas de parvenus, de nuevos ricos y perdularios infatuados, huecas de señorío, huecas de amor y huecas de inteligencia a pesar de todos sus lujos hacinados…
(…)
El escultor trabaja desde el bloque marmóreo, el arquitecto desde el vacío. La arquitectura nace, pues, del interior, y se articula centrífugamente alrededor del inquilino. Por lo tanto, potencialice el contorno merced al continuun adentro afuera. Yo aspiro a que usted vincule la topografía de mi espíritu con la estructura del edificio. Que prescinda en absoluto de módulos ya conocidos. Nada de muros, sino diafragmas elásticos. Nada de techos, sino diafragmas de luz y sombras matizados.
Siento horror a lo simple. Ese horror es signo distintivo de calidad selecta. Propenda desde ya a caracterizarme en lo complejo. Desdeño a esa gentuza que sufre la exasperación de lo arduo y no conoce las maravillas de lo absurdo. En materia tan sutil, no improvise, por favor. Rómpase la cabeza inventando la variedad más insólita de cosas raras. Cuanto paraliza la mente del imbécil es deleite del culto. El capricho más temerario de su ingenio merecerá mis plácemes. Esa es la funcionalidad que busco. Su engendro rimará así, curiosamente, con la multitud de vivencias droláticas que cohabitan conmigo.
Juan Filloy, Yo, yo y yo. Monodiálogos paranoicos ("Yo y el arquitecto", 1971). Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2007, págs.16-19.
Yo confío en su perspicacia. Aproveche la desfachatez de ese panorama para adecuarlo al paisaje de mi casa. Por lo pronto, obstrúyalo con espejos que repitan la existencia por doquiera. Espejos colosales y espejos diminutos. Creo en la efusión de la vida y en la vida circundante. Lo sé un urbanista del ensueño. Vaya pensando entonces en que cada nube que traspase mi fundo tenga un poeta encima. Y cada poeta con hemorroides encuentre en mi asilo su bidet.
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El hombre que sabe vivir es la escultura movible que adorna la mansión. Tenga presente este aserto. Yo quiero que cada paso mío sea una ubicación. Y que cada actitud responda al marco en que se realiza. He visto tantas viviendas de parvenus, de nuevos ricos y perdularios infatuados, huecas de señorío, huecas de amor y huecas de inteligencia a pesar de todos sus lujos hacinados…
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El escultor trabaja desde el bloque marmóreo, el arquitecto desde el vacío. La arquitectura nace, pues, del interior, y se articula centrífugamente alrededor del inquilino. Por lo tanto, potencialice el contorno merced al continuun adentro afuera. Yo aspiro a que usted vincule la topografía de mi espíritu con la estructura del edificio. Que prescinda en absoluto de módulos ya conocidos. Nada de muros, sino diafragmas elásticos. Nada de techos, sino diafragmas de luz y sombras matizados.
Siento horror a lo simple. Ese horror es signo distintivo de calidad selecta. Propenda desde ya a caracterizarme en lo complejo. Desdeño a esa gentuza que sufre la exasperación de lo arduo y no conoce las maravillas de lo absurdo. En materia tan sutil, no improvise, por favor. Rómpase la cabeza inventando la variedad más insólita de cosas raras. Cuanto paraliza la mente del imbécil es deleite del culto. El capricho más temerario de su ingenio merecerá mis plácemes. Esa es la funcionalidad que busco. Su engendro rimará así, curiosamente, con la multitud de vivencias droláticas que cohabitan conmigo.
Juan Filloy, Yo, yo y yo. Monodiálogos paranoicos ("Yo y el arquitecto", 1971). Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2007, págs.16-19.
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