Antes de que la noche vuelva quieta
con pañuelo de rotas hermosuras
y arda en mi pecho la pavura,
el triste sino de una piedra escueta,
quiero contarles –niños– en un tris
vivida hace cien años, un momento,
cuando el bosque era puro aromo y lis.
Hagan silencio, tomen asiento
que me sufro de tan sólo recordar
los trágicos detalles de este cuento
del que yo, simple elfo, fui testigo
instalado en el faro de una rosa
que ahora es letra doliente conmigo.
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