III
Almendras dulces tenía por ojos,
cabellos de seda caían sin daño,
mirada lunar, perfume a castaño:
su orfandad era festín de los topos.
Quince años, y cinco de pena tenía,
cuando sus padres embarcaron prestos
a un naufragio que los hundió sin estros
dejándola anclada en tierra baldía.
Su hermano, convertido en tutor
de su pequeña existencia infantil,
infligió al luto más sentir, más dolor
convirtiendo el solar tierno en prisión,
la soledad en ancha isla sin fin,
el querer fraterno… en pura aflicción.
Copyright: Jimena Néspolo - Marta Vicente - 2012.
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