"Descarga acústica", por Julio Ramos


Hay momentos cuando al filósofo lo sorprende el estampido de una música nueva. El alboroto descarrila el pensamiento de su ruta habitual, lo desborda de su interiorizado y a veces sordo discurrir. La descarga acústica sacude al filósofo de pies a cabeza y saca su discurso de tiempo.
Esos momentos corresponden seguramente al orden de un acontecer que pone en juego el fundamento sensorial y las jerarquías del "cuerpo" formado, instituido por cierto tipo de historia ilustrada o moderna del pensamiento. No hablamos meramente del ruido, aunque así será como se intentará descalificar la sobrecarga: ya sea como un accidente, un intervalo, sin efectos profundos en la estructura o el proceder normativo; o bien como un desvío "sincopado", "atonal", reconocible apenas por el sobresalto del plano sonoro detonado por un repique contramétrico. Pero sabemos que la intensidad de estos desbordes es capaz de trastornar la designada economía de los órganos, el ordenamiento jerárquico de los sentidos en el cuadro anatómico del saber. Más acá de la música, cuando la fuente del exceso proviene de una proliferación radical de voces, pone en riesgo la integridad psicosensorial del sujeto, su principio de realidad. El exceso conduce a la alucinación auditiva o al delirio.
No es casual, entonces, que sólo en raras ocasiones la historia haya sido capaz de dar cuenta del momento cuando la "intensidad de la impresión acústica, elimina todas las demás"...


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