"Finales de novela", por Noé Jitrik

En principio, hay tantos finales de novela como novelas que se han escrito, salvo, ciertamente, imitaciones, copias serviles, plagios y otras delincuencias. Pero sólo en principio; en realidad habría nada más que cuatro tipos de finales y nada más. O tal vez cinco.
Paso a enumerarlos: los de las novelas que terminan bien, los de las que terminan mal, los de las que dejan las cosas como están, los llamados finales abiertos y, por fin, los de las novelas que renuncian a ser novelas.
Se diría que los primeros son los que más frecuentemente tientan a los novelistas. Se entiende: con un final de “todo termina bien” intentan, y a veces lo logran, que los lectores se sientan tranquilizados, que, así como suelen pensar de sí mismos en tanto perseguidores del bien, no quieren el mal de nadie y, por ello, se identifican con el bien al que después de numerosas o escasas peripecias arriban los personajes, siendo el bien algo así como las costas de la isla soñada y al mismo tiempo al alcance de la mano, que eso de una manera u otra es lo que define la situación del bien en los negocios humanos.
Pero esto no quiere decir que el “todo termina bien” sea tan simple. Por empezar, hay una enorme variedad de triunfos del bien: el colmo, la exaltación suprema en este asunto, es el llamado “final feliz”, al que no le importa que lo tachen de complaciente, convencional, poco interesante y tantos otros desdeñosos calificativos. Los que se rehúsan a esa facilidad adquieren diversas fisonomías, por ejemplo la figura del reencuentro (que no necesariamente es feliz), la del reconocimiento (que abre a un interrogante), la de la recuperación (que a veces paga el gasto de la pérdida), la de la recompensa (el merecimiento diferido a lo largo del relato y por fin obtenido) o la del triunfo en la carrera por la vida (de la desdicha precedente al ascenso social, económico o amoroso).
Son expedientes, sin duda, para desanudar los conflictos que han venido tramando un relato que se puede situar en cualquier circunstancia, o sea en cualquier orden temático; en esos casos, el triunfo del bien acaba con la ansiedad que se ha despertado en el curso del relato y, figuradamente, el libro se cierra con un suspiro de relajamiento, todo vuelve a su cauce, el mundo imaginado no es demasiado diferente del mundo real. Esa conclusión es lo suficientemente satisfactoria como para que innumerables autores consagren sus desvelos y sus emociones para llegar a ese punto. Pero precisamente en este punto se presenta un problema: ¿en qué sentido se entiende la frase “todo termina bien”? ¿Qué es “todo” en literatura?

[Continúa acá.]

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