“Palabra de pie”, por Jimena Néspolo
Del silencio como porvenir, Ivonne Bordelois. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2010, 137 págs.
Hace ya unos años David Viñas caracterizó el adn de cierta inteligentzia argentina con una sentencia lapidaria: “Los que suben al caballo por la izquierda y bajan por la derecha”. En las antípodas de ese modelo, no se me ocurre un ejemplo más claro que la obra y la trayectoria de Ivonne Bordelois.
Del silencio como porvenir reúne nueve textos leídos en los últimos años en las situaciones más dispares: una conferencia dictada en la Academia Nacional de Medicina –por ejemplo–, las ponencias con las que participó de un encuentro internacional de narradores orales o de un simposio de antropología en Tucumán, el texto con el que abrió la Feria del Libro de la Municipalidad de Berazategui en el 2007 o aquel otro con el que intervino, ese mismo año, en la Feria Expolenguas en el Palais Rouge. Los públicos y las coyunturas cambian, pero la pasión que la guía es siempre la misma: “El lenguaje –dice Ivonne– es la instalación biológico-anímica que nos define como especie. Palabra de pie llama el guaraní, insuperablemente, al ser humano.” Frente a la evidente pobreza (de medios, de imaginación, de recursos) propiciada por los discursos hegemónicos, Bordelois cree que la única institución verdaderamente democrática que nos queda es el lenguaje –porque es gratuito, es solidario y nos comunica más allá de las fronteras generacionales, culturales e ideológicas.
Pero estos papeles desparejos están también hilvanados por otra reflexión que funciona a modo de esqueleto, de hueso duro, de credo, se trata de pequeños fragmentos autobiográficos que interrumpen el análisis y le aportan autenticidad, espesor. Así, cuando Bordelois analiza la canción en la infancia como bosquejo de educación sentimental se detiene en su madre, en la narración de su propia niñez en Juan Bautista Alberdi, una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires; o cuando reflexiona sobre la relación conflictiva que mantiene la ciencia y la literatura, se explaya en el “choque” que significó en su vida haber conocido en París a fines de los ´60 a Alejandra Pizarnik, justo en el momento en que estaba comenzando sus estudios lingüísticos que la llevarían luego a realizar un doctorado en el MIT, bajo la tutela de Noam Chomsky.
No creo recordar un libro de Ivonne en que la presencia de Pizarnik no respire de una manera u otra en alguna de sus páginas; pareciera que toda su producción –desde Correspondencia Pizarnik (1998), que es en rigor su comienzo– fuera un intento desesperado por reponer y continuar un diálogo que quedara tempranamente trunco. En el texto que da nombre al libro, y a propósito de esos versos de Alejandra que dicen: Si digo agua: ¿beberé?/ Si digo pan, ¿comeré?/ En esta noche en este mundo/ Extraordinario silencio el de esta noche, Bordelois reflexiona: “Pizarnik retoma [allí] un tema de Hegel, en el sentido de que las palabras no designan las cosas, sino que las remplazan. La noche de las palabras crea ese extraordinario silencio, esa soledad despiadada donde el poeta avanza sin cosas ni certezas en una conspiración de invisibilidades, de ausencia total de sentido.” Y más adelante: “Un gran poeta se reconoce porque nunca ocupa con su voz el espacio total del poema, sino que deja siempre lugares silenciosos alrededor de él y dentro de él; grietas por las cuales el poema escapa y puede hablarnos con otra voz, acaso con nuestra voz.”
Esta obra –entonces– regida por dos pasiones que son –diría Ivonne– una (la pasión por el lenguaje y la pasión por la amistad) suele batallar en cada ocasión en distintos frentes. En esta oportunidad, además de catapultar a los “falsos poetas” a los que responsabiliza de haber forjado esa minusválida figura, denostada y ridiculizada en los medios; ataca abiertamente –de la mano de Steiner y en sintonía (aunque ella no lo sepa) con el Todorov de La literatura en peligro (2008)– a los “logócratas”: esos “enanos que nos rodean hacen mala ciencia sobre problemas cada vez más ínfimos”. Así, retirada de su cátedra de lingüística en la Universidad de Utrecht (Holanda), Bordelois se da el lujo de criticar no tanto a las virtudes de la especialización sino a aquellos esfuerzos denodados de algunos por hacer de las disciplinas ciudades fortificadas de barreras infranqueables: “Pienso que las especializaciones extremas son a la epistemología lo mismo que los countries a la sociedad urbana actual. Es decir, un grupo de individuos privilegiados que se retiran del conjunto de la comunidad, unos provistos del dinero y otros de cierto saber particular. En ambos casos, su aislamiento los permea de cierta superioridad (a sus propios ojos).”
Recorrido por la pulsión autobiográfica, este libro es un balance, un ajuste de cuentas y también una apuesta, porque Bordelois sabe que su modo de leer la/s cultura/s buceando y creando relaciones originales entre las lenguas excede ampliamente el quehacer de la etimología clásica, de un Joan Corominas por ejemplo. Nueva etimología, crítica etimológica… ¿Qué nombre podría dársele a la etimología de las pasiones?
Hace ya unos años David Viñas caracterizó el adn de cierta inteligentzia argentina con una sentencia lapidaria: “Los que suben al caballo por la izquierda y bajan por la derecha”. En las antípodas de ese modelo, no se me ocurre un ejemplo más claro que la obra y la trayectoria de Ivonne Bordelois.
Del silencio como porvenir reúne nueve textos leídos en los últimos años en las situaciones más dispares: una conferencia dictada en la Academia Nacional de Medicina –por ejemplo–, las ponencias con las que participó de un encuentro internacional de narradores orales o de un simposio de antropología en Tucumán, el texto con el que abrió la Feria del Libro de la Municipalidad de Berazategui en el 2007 o aquel otro con el que intervino, ese mismo año, en la Feria Expolenguas en el Palais Rouge. Los públicos y las coyunturas cambian, pero la pasión que la guía es siempre la misma: “El lenguaje –dice Ivonne– es la instalación biológico-anímica que nos define como especie. Palabra de pie llama el guaraní, insuperablemente, al ser humano.” Frente a la evidente pobreza (de medios, de imaginación, de recursos) propiciada por los discursos hegemónicos, Bordelois cree que la única institución verdaderamente democrática que nos queda es el lenguaje –porque es gratuito, es solidario y nos comunica más allá de las fronteras generacionales, culturales e ideológicas.
Pero estos papeles desparejos están también hilvanados por otra reflexión que funciona a modo de esqueleto, de hueso duro, de credo, se trata de pequeños fragmentos autobiográficos que interrumpen el análisis y le aportan autenticidad, espesor. Así, cuando Bordelois analiza la canción en la infancia como bosquejo de educación sentimental se detiene en su madre, en la narración de su propia niñez en Juan Bautista Alberdi, una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires; o cuando reflexiona sobre la relación conflictiva que mantiene la ciencia y la literatura, se explaya en el “choque” que significó en su vida haber conocido en París a fines de los ´60 a Alejandra Pizarnik, justo en el momento en que estaba comenzando sus estudios lingüísticos que la llevarían luego a realizar un doctorado en el MIT, bajo la tutela de Noam Chomsky.
No creo recordar un libro de Ivonne en que la presencia de Pizarnik no respire de una manera u otra en alguna de sus páginas; pareciera que toda su producción –desde Correspondencia Pizarnik (1998), que es en rigor su comienzo– fuera un intento desesperado por reponer y continuar un diálogo que quedara tempranamente trunco. En el texto que da nombre al libro, y a propósito de esos versos de Alejandra que dicen: Si digo agua: ¿beberé?/ Si digo pan, ¿comeré?/ En esta noche en este mundo/ Extraordinario silencio el de esta noche, Bordelois reflexiona: “Pizarnik retoma [allí] un tema de Hegel, en el sentido de que las palabras no designan las cosas, sino que las remplazan. La noche de las palabras crea ese extraordinario silencio, esa soledad despiadada donde el poeta avanza sin cosas ni certezas en una conspiración de invisibilidades, de ausencia total de sentido.” Y más adelante: “Un gran poeta se reconoce porque nunca ocupa con su voz el espacio total del poema, sino que deja siempre lugares silenciosos alrededor de él y dentro de él; grietas por las cuales el poema escapa y puede hablarnos con otra voz, acaso con nuestra voz.”
Esta obra –entonces– regida por dos pasiones que son –diría Ivonne– una (la pasión por el lenguaje y la pasión por la amistad) suele batallar en cada ocasión en distintos frentes. En esta oportunidad, además de catapultar a los “falsos poetas” a los que responsabiliza de haber forjado esa minusválida figura, denostada y ridiculizada en los medios; ataca abiertamente –de la mano de Steiner y en sintonía (aunque ella no lo sepa) con el Todorov de La literatura en peligro (2008)– a los “logócratas”: esos “enanos que nos rodean hacen mala ciencia sobre problemas cada vez más ínfimos”. Así, retirada de su cátedra de lingüística en la Universidad de Utrecht (Holanda), Bordelois se da el lujo de criticar no tanto a las virtudes de la especialización sino a aquellos esfuerzos denodados de algunos por hacer de las disciplinas ciudades fortificadas de barreras infranqueables: “Pienso que las especializaciones extremas son a la epistemología lo mismo que los countries a la sociedad urbana actual. Es decir, un grupo de individuos privilegiados que se retiran del conjunto de la comunidad, unos provistos del dinero y otros de cierto saber particular. En ambos casos, su aislamiento los permea de cierta superioridad (a sus propios ojos).”
Recorrido por la pulsión autobiográfica, este libro es un balance, un ajuste de cuentas y también una apuesta, porque Bordelois sabe que su modo de leer la/s cultura/s buceando y creando relaciones originales entre las lenguas excede ampliamente el quehacer de la etimología clásica, de un Joan Corominas por ejemplo. Nueva etimología, crítica etimológica… ¿Qué nombre podría dársele a la etimología de las pasiones?
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