"La máquina católica", por Daniel Link
... la novelesca vida del “furibundo jesuita” Leonardo Castellani (Reconquista, Santa Fe: 16 de noviembre de 1899 – † Buenos Aires, 15 de marzo de 1981) habría merecido una película en cualquier país menos atónito ante los dictados del canon universitario, la pereza crítica y el negocio del libro.
Su obra, vastísima e inconmensurable (de mayor alcance que la de Borges, menos nihilista que la de Sabato, de mayor plasticidad que la de Arlt: cuentos costumbristas, comentarios bíblicos, crítica literaria, parábolas camperas, relatos policiales, historias fantásticas, ensayos de pedagogía, la sátira en la revista Jauja, que fundó, y hasta una traducción anotada de la Suma Teológica del Doctor de Aquino), domina el siglo XX con un brillo que recién ahora comienza a percibirse.
En un reciente y heroico libro (Castellani crítico. Ensayo sobre la guerra discursiva y la palabra transfigurada, Buenos Aires, Cabiria, 2010), Diego Bentivegna se deja iluminar por las incandescentes proporciones de esa obra, sobre todo en lo que se refiere al jesuita como un teórico de la lectura (entendida en todas sus implicaciones prácticas: la crítica, la pedagogía, la interpretación de los textos sagrados, etc...).
Si bien Las nueve muertes del padre Metri (1942) fue considerado por Rodolfo Walsh como el mejor libro de relatos policiales escrito en nuestro país, Bentivegna va mucho más allá y recusa las corrientes hegemónicas de la crítica, cuya miopía le ha impedido situar su producción en el lugar que le corresponde. Castellani, en la perspectiva de Bentivegna, se coloca a igual distancia del elitismo de Borges y de las máquinas modernas de Arlt y Bioy Casares (tal y como Beatriz Sarlo las definiera alguna vez) y sin la noción de “palabra transfigurada” de quien dedicó su extraordinaria capacidad intelectual, entre otras cosas, a la traducción del Apocalipsis de Juan de Patmos y a los arrebatos nacionalistas, el panorama cultural de la modernidad argentina está incompleto. Bentivegna lee en Castellani una “utopía de la heteroglosia”. La hipótesis es fundamental para evaluar su peculiar nacionalismo pero, sobre todo, para enfrentar todas las fantasías concentracionarias del monolingüismo y el discurso único, respecto de los cuales nos sentimos hoy tan acorralados.
El lenguaje roto de Castellani (que toma piezas de la lengua culta, del cocoliche inmigratorio, de las lenguas clásicas y las jergas populares) se alza contra toda pretensión de pensar la literatura como cosa del espíritu (ningún afán vanguardista lo guía) y señala en la dirección del “arte encarnado” propio del cristianismo: una “palabra transfigurada” que es “una afirmación de la materia, del carácter corporal del acto estético”.
Aquí, el artículo completo publicado en el diario Perfil, el 22/05/2011.
Su obra, vastísima e inconmensurable (de mayor alcance que la de Borges, menos nihilista que la de Sabato, de mayor plasticidad que la de Arlt: cuentos costumbristas, comentarios bíblicos, crítica literaria, parábolas camperas, relatos policiales, historias fantásticas, ensayos de pedagogía, la sátira en la revista Jauja, que fundó, y hasta una traducción anotada de la Suma Teológica del Doctor de Aquino), domina el siglo XX con un brillo que recién ahora comienza a percibirse.
En un reciente y heroico libro (Castellani crítico. Ensayo sobre la guerra discursiva y la palabra transfigurada, Buenos Aires, Cabiria, 2010), Diego Bentivegna se deja iluminar por las incandescentes proporciones de esa obra, sobre todo en lo que se refiere al jesuita como un teórico de la lectura (entendida en todas sus implicaciones prácticas: la crítica, la pedagogía, la interpretación de los textos sagrados, etc...).
Si bien Las nueve muertes del padre Metri (1942) fue considerado por Rodolfo Walsh como el mejor libro de relatos policiales escrito en nuestro país, Bentivegna va mucho más allá y recusa las corrientes hegemónicas de la crítica, cuya miopía le ha impedido situar su producción en el lugar que le corresponde. Castellani, en la perspectiva de Bentivegna, se coloca a igual distancia del elitismo de Borges y de las máquinas modernas de Arlt y Bioy Casares (tal y como Beatriz Sarlo las definiera alguna vez) y sin la noción de “palabra transfigurada” de quien dedicó su extraordinaria capacidad intelectual, entre otras cosas, a la traducción del Apocalipsis de Juan de Patmos y a los arrebatos nacionalistas, el panorama cultural de la modernidad argentina está incompleto. Bentivegna lee en Castellani una “utopía de la heteroglosia”. La hipótesis es fundamental para evaluar su peculiar nacionalismo pero, sobre todo, para enfrentar todas las fantasías concentracionarias del monolingüismo y el discurso único, respecto de los cuales nos sentimos hoy tan acorralados.
El lenguaje roto de Castellani (que toma piezas de la lengua culta, del cocoliche inmigratorio, de las lenguas clásicas y las jergas populares) se alza contra toda pretensión de pensar la literatura como cosa del espíritu (ningún afán vanguardista lo guía) y señala en la dirección del “arte encarnado” propio del cristianismo: una “palabra transfigurada” que es “una afirmación de la materia, del carácter corporal del acto estético”.
Aquí, el artículo completo publicado en el diario Perfil, el 22/05/2011.
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