HABLA

I

A veces, quizá decías, errante al alba
en los caminos ennegrecidos,
yo compartía la hipnosis de la piedra,
era ciega como ella.
Entonces vino ese viento por el que mis comedias
en el acto de morir se elucidaron.

Yo deseaba el verano,
un furioso verano para secar mis lágrimas,
entonces vino este frío que crece en mis miembros,
y me despertó y sufrí.


II

¡Oh estación fatal,
oh tierra tan desnuda como una espada!
Yo deseaba el verano,
¿quién ha roto el acero de la vieja sangre?
Verdaderamente fui feliz,
al punto de morir,
los ojos perdidos, mis manos abriéndose a la suciedad
de una lluvia eterna.

Yo gritaba, enfrentaba al viento con mi cara…
Por qué odiar, por qué llorar, estaba viva,
el verano profundo, el día me sosegaban.


III

Que el verbo se apague
sobre la faz del ser donde estamos expuestos,
sobre esta aridez que atraviesa
un viento de finitud.

Que aquel que de pie ardía,
como una viña,
que el cantor extremo ruede desde la cresta
iluminando
la inmensa materia indecible.

Que el verbo se apague
en esta pequeña pieza donde te reúnes conmigo,
que el hogar del grito se apriete
sobre nuestras palabras enrojecidas.

Que el frío por mi muerte se alce y tenga un sentido.



Ives Bonnefoy, “Douve Parle” de Du mouvement et de l´immobilité de Douve (1953). Traducción de Silverio Rueda.

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