"La literatura y la vida", por Maximiliano Crespi

[Texto publicado en la Revista Ñ, 17 de marzo de 2012.]

Esta semana, cuando se realice una nueva edición del FILBA en Bahía Blanca, se hará también un homenaje a Héctor Libertella. Aquí, el crítico Maximiliano Crespi deconstruye el universo literario de un escritor “a merced de lo ambiguo”.

Hace ya más de diez años, en la árida ciudad de Bahía Blanca, tuve el privilegio de participar, merced a una olvidable y enroscada serie de relatos pornográficos, de un taller anual de narrativa con Alan Pauls y Héctor Libertella. Cada uno de ellos tomaba un semestre a su cargo y lidiaba, un poco como podía, desde la propia neurosis, con las neurosis de los demás. Coordinaban ese taller –lo entendí con los años– de la única manera que podían hacerlo: poniendo en escena –y en cierta medida, teatralizando– sus propias obsesiones.
Recuerdo que, ante la incomodidad que había generado mi primera lectura de un par de relatos que él calificó “lumpen-pornográficos”, Pauls me preguntó, sin mediaciones ni metáforas: “¿Vos te pajeás mientras escribís eso?”. La pregunta, cuya respuesta eludí aludiendo a una imposibilidad práctica, me dejó atónito. Recién después, cuando él nos leyó algunos fragmentos de Ex, la novela que entonces estaba escribiendo y que finalmente se convertiría en El pasado, pude entender hasta qué punto calaba al hueso de su propia experiencia de lo literario. Había ahí una interrogación fuerte por la relación entre el texto y la vida que no pasaba por lo biográfico sino por lo accidental-acontecimental con que había experimentado el surrealismo. Recuerdo que Pauls contó que todavía jugaba con la idea de dar corte final al libro por incidencia de un hecho arbitrario y absolutamente externo a él, como un llamado telefónico o el sonido del timbre en la puerta de entrada.

[Continúa acá y remata así:]

Abro El efecto Libertella y releo lo que –en esa patográfica ocurrencia de Marcelo Damiani– escribe Alan Pauls. Noto que pone especial énfasis en la “disritmia temporal” que hace de la precocidad el atributo fundamental de la última literatura liberteliana. El bebé viejo, el nonato, el muerto en vida: figuras de presencia y ausencia simultánea, formas de vida que cuelga a la vez de la soga del tiempo biológico y de la de su doble imaginario, “extravagante e inconmensurable, que siempre parece empeñado en cortarse solo”. Veo que Pauls recupera a Libertella como “una mezcla insoportable de distraído y de traidor”, un “traidor de la vida”, que se juega entero y con las botas puestas por esa forma de vida que se desvive en escritura; es decir: como su propio fantasma.
La magia del tolle lege (“toma y lee”), escribió otro Héctor (Ciocchini), reside en el azar, en la circunstancia interior que hace que algo que acontece venga a ser iluminado por un jeroglífico oído y olvidado o grabado a punzón en una piedra perdida en el tiempo. Releo hoy las salidas del texto que Libertella y Pauls proponían en la vieja carnicería donde funcionaba el espacio Vox y lo que veo –como en un rebus que vuelve con el espesor temporal del aoristo–, es la fuerza casi talismánica de una sola y única advertencia exotérica, dirigida a los que no han elegido (¿todavía?) la literatura como modo de vida: la entrada es gratis; la salida, vemos.

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