"Volverse Caliban", por Daniel Link

Sabemos que la distancia entre “lo hispanoamericano” y lo “latinoamericano” es inmediatamente política, sin que queden dudas sobre el sentido de lo político: la continuación de una guerra o, si se prefiere, la realización en el plano de lo imaginario de una guerra. En esa guerra las potencias enemigas son Europa (que dice “Hispanoamérica”) y los Estados Unidos (que dice “Latinoamérica”), y nuestro subcontinente su escenario (o su botín). Se trata, por cierto, de una guerra imperial que no pretende eliminar la dicotomía “liberación o dependencia” sino decidir quién ocupara el lugar rector en las cosas de este mundo.
Pensar políticamente, para nosotros, ciudadanos de países novoamericanos, significa pensar ya no en términos de un dilema (“civilización o barbarie”, “liberación o dependencia”, “Ariel” o “Calibán”, etc…), sino en términos de un trilema, donde lo norteamericano, por la dinámica de los procesos migratorios y de la globalización, ocupa un lugar indisimulable. Como Fernández Retamar reconoció con perspicacia en su momento, la situación no puede ser más promisoria, porque nos obliga a pensar soluciones nuevas, y nos obliga a imaginar el lugar de la literatura en un conjunto de tensiones que, hoy como ayer, se articula en tres lugares.
La misma historia cultural de América Latina nos enseña que la emergencia de esa unidad imaginaria (“lo latinoamericano”) no fue un acto puntual de descubrimiento sino un proceso paulatino de colonización. A partir de esta evidencia, cabría definir a la modernidad, aquí materializada en el Nuevo Mundo, no como el descubrimiento de lo nuevo sino como la integración operativa de lo disponible. Por ello, si analizamos el estado del campo latinoamericanista, su constitución y dinámica a la luz del nuevo orden mundial, no podemos menos que subrayar que, en lo que va del siglo, la variante que incluye a la “América norteamericana” se ha vuelto cada vez más decisiva, tal como Fernández Retamar lo predijo.
Los componentes identitarios propios de nuestra América, nos recuerda Fernández Retamar, no están sólo en el pasado, no son recuerdos inmemoriales que participen de la celebración folclórica, sino que resuenan en una vasta conversación que debemos asumir como parte de nosotros: el “pueblo nuevo”, en la terminología de Darcy Ribeiro, o el “pueblo que falta” nos obligan a volvernos nosotros mismos un poco indios, un poco negros, un poco chinos. Martiano hasta las últimas consecuencias, Fernández Retamar insiste en que hasta que no se haga andar al indio no andará bien América.
Puesto que somos un “continente intervenido” (la formulación es de Antonio Candido), toca a la literatura latinoamericana y a los estudios latinoamericanistas que hoy estamos homenajeando en la ilustre persona de Roberto Fernández Retamar extremar las precauciones para no dejarse arrastrar por los instrumentos y valores de culturas que, aunque amadas, sólo pueden devolvernos una imagen cadavérica de nosotros mismos.

Laudatio pronunciada en ocasión del otorgamiento del título de Profesor Honorario de la Universidad Nacional de Tres de Febrero a Roberto Fernández Retamar, el 3 de mayo de 2012.
Texto completo en ESPACIO MURENA.

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