Goytisolo, el gran opositor: "Me siento un polizonte en el gran trasatlántico", confiesa el escritor (Entrevista de Matías Néspolo)
Intelectual y crítico por naturaleza, el español dejará por un instante los márgenes en los que está acostumbrado a moverse para recibir el mes próximo el Premio Cervantes: todo un dilema
BARCELONA.- Dice que lo suyo no es timidez, sino un rechazo a las fotos. "Me llevo muy mal con los fotógrafos, con ellos fueron las únicas peleas que he tenido en mi vida, y no veo la relación entre la fotografía y el acto de escribir." Pero el mediano de la portentosa saga de los Goytisolo -o los Goytimuchos, como los llamaban en los festivos años del boom-, entre el hermano mayor José Agustín, el celebrado poeta de la denominada Escuela de Barcelona, y Luis, el incontestable constructor de verdaderas catedrales narrativas como Antagonía (Anagrama), nunca ha destacado por su afán de protagonismo, a pesar de que resultara el más incómodo, tanto en el sentido literario como intelectual, de los tres hermanos.
Como sea, Juan Goytisolo ha operado siempre desde los márgenes o el extrarradio del sistema literario español, refugiado durante más de cuatro décadas en París en los oscuros tiempos franquistas y desde 1997 instalado en Marrakech, como una suerte de francotirador solitario o eterno disidente del discurso cultural oficial, señalando lo que ocultaba bajo la alfombra, como su deuda con la lengua y la cultura árabes, por ejemplo.
Y aunque a sus 84 años ya destile sosiego su mirada de ojos claros, su fervor iconoclasta no parece haberse apagado. Continúa escribiendo cada mañana, siempre a mano, e incomodando a ciertos sectores. Como antaño, sigue esquivando con pericia cualquier etiqueta. "Nunca he intentado definirme, la escritura es lo contrario de la definición", considera. Pero algo ha cambiado en la figura de ese gran heterodoxo de la literatura española, porque de la noche a la mañana ha pasado de la periferia a ocupar el centro del canon con el Premio Cervantes de las Letras y, al parecer, el traje de gala no le sienta nada bien. "Cuando me dan un premio, siempre sospecho de mí mismo, cuando me nombran persona non grata sé que tengo razón", reconoce.
Sin embargo, lo recibirá en el acto oficial del próximo 23 de abril, en el paraninfo de la madrileña Universidad de Alcalá de Henares, y Juan Goytisolo ya tiene a punto su discurso, sólo le resta pasarlo en limpio.
-¿Sopesó la posibilidad de rechazar el premio?
-No se puede rechazar un premio que se llame Miguel de Cervantes. Por un lado, me he alegrado porque también supone una reivindicación de Américo Castro, de Márquez Villanueva y de toda esa gente que ha sido y sigue siendo marginada por la institución literaria española. Pero, por el otro, también debo decir que el premio me ha producido cierta intranquilidad, porque me ha recordado una frase magnífica de Damaso Alonso a propósito de Góngora: "Quién pudiera estar siempre en la oposición". Yo prefiero estar siempre en la oposición.
-¿Y no teme que la distinción también sea una forma de neutralizar su discurso?
-Digamos que me siento como un polizonte en un gran trasatlántico.
-¿Qué queda hoy de Álvaro Mendiola, el protagonista de su negra trilogía sobre la España franquista compuesta por Señas de identidad, Reivindicación del conde don Julián y Juan sin Tierra?
-La trilogía fue escrita en una época determinada de mi vida y esa época ha quedado atrás. Con frecuencia me olvido qué he escrito y tengo que releerme para verificar si lo que quiero decir ya no lo he dicho antes, porque no quiero repetirme y siempre tengo la sospecha de que sí. En todo caso, con Reivindicación del conde don Julián ajusté mis cuentas con la tradición del canon nacional católico y el sentimiento patriótico. Fue como desembarazarme de un peso muerto. Y desde entonces he navegado libremente.
-Si fuera a perdurar una sola de sus obras, ¿cuál preferiría?
-Deberían ser los lectores los que decidieran, pero creo que, de algún modo, todo lo que tenía que decir en edad avanzada lo he dicho en Telón de boca. El diálogo con el demiurgo, por ejemplo, que fue inventado por Platón en el Timeo, pero es algo que no se había vuelto a hacer en lengua española, y lo digo sin ninguna vanidad, desde el soliloquio de Pleberio en La celestina en su enfrentamiento con la Divinidad.
-¿Ha llegado a un tiempo de hacer balance o de recapitular?
-Uno se pasa la vida mirando hacia atrás. Creo que todo lo que he escrito desde don Julián en adelante ha sido prosa y poesía al mismo tiempo. Por eso para entender muchos de mis libros hay que leerlos en voz alta, porque están construidos sobre una determinada prosodia y un ritmo, un poco a la manera de lo que hizo Octavio Paz con El mono gramático. Me refiero a prosa y poesía, que no es exactamente lo que se entiende por prosa poética, a la que yo odio, sino a prosa y poesía a la vez.
-De hecho, usted acuñó la expresión de "verso libre narrativo" para describir esa hibridación en la que estaba embarcado?
-Sí, para explicar un libro de narrativa como Las virtudes del pájaro solitario, que es todo un largo poema a la vez. La diferencia entre la novela y la poesía es que la primera lo fagocita todo y puede contener a la segunda. La novela devora los demás géneros literarios. Por ejemplo, don Julián es a la vez una novela, un poema y un ensayo sobre la totalidad del canon literario español. Yo he intentado romper un poco la división de géneros desde allí. En cambio, la poesía no puede introducir la novela. Una poesía con argumento deja de serlo y se convierte en otra cosa.
-Sin embargo, en la antigüedad, con la épica, la poesía sí que permitía incorporar a la narrativa...
-Sí, también hay un argumento en Soledades, de Góngora, pero una cosa es el poema y otra el argumento que pueda contener, que es muy secundario. Para mí, el argumento narrativo sigue siendo un elemento muy secundario. El verso no es lo que cuenta, el verso es lo que es.
-En 2012 publicó Ardor, cenizas, desmemoria. ¿Su incursión en la poesía fue una evolución natural en ese sentido?
-No, en el momento en que dejé de escribir prosa, apareció por sí sola. Fui visitado por la poesía. No era la primera vez, porque en El sitio de los sitios ya incluía un doble poemario, Astrolabio yZonas atávicas. Pero esta vez los poemas aparecieron de forma autónoma, sin ninguna vinculación a otro texto.
-¿Y no se arrepentirá de haberse jubilado de la ficción con El exiliado de aquí y allá?
-Cuando uno no tiene nada más que decir, lo mejor es callarse. Desde el punto de vista narrativo, lo que tenía que decir ya lo he dicho. Ahora escribo artículos para El País, ensayos, prólogos o estudios...
-Algunos críticos explican su radical giro narrativo a partir de la llamada trilogía del mal, desde cierto realismo social hacia la indagación con el lenguaje y la exploración formal, en paralelo al reconocimiento público de su homosexualidad en sus memorias, como si ambas cosas fueran de la mano para romper los moldes en todos los ámbitos. ¿Qué piensa de esa tesis?
-Para mí, fue determinante la trilogía porque representó mi ruptura con el canon literario, con la religión, con la patria y con la llamada normalidad sexual, todo a la vez, y es cierto que fue una ruptura total. Yo sufrí el adoctrinamiento nacional católico en los años 40 y tardé mucho tiempo en liberarme de este peso histórico que me resultaba insoportable. Pero como decía [Mijail] Bajtin, si una obra quiere proyectarse en el futuro, debe apoyarse en el pasado, porque si se apoya sólo en el presente, desaparece con él. Por eso también aprendí a distinguir y a enlazar mi obra con lo que yo llamo el árbol de la literatura. En don Julián hay una invocación a Góngora; en Las virtudes del pájaro solitario está San Juan de la Cruz; en Telón de boca, La Celestina y Cervantes están por todos lados. He procurado mantener una relación muy intensa con el canon que me ha formado, que no es justamente el nacional católico.
-El canon de los heterodoxos...
-El ejemplo más claro de este movimiento fue recuperar la figura de Blanco White, traducir la obra inglesa e incorporarlo a una tradición crítica a partir de la Ilustración, de la que había sido completamente descartado, junto con Larra, Clarín, Manuel Azaña y Cernuda. Con esta tradición crítica he mantenido siempre una estrecha vinculación. Se sigue hablando mucho de Ortega y Gasset y muy poco de Azaña, cuando debería suceder lo contrario, porque no sé si se pude seguir considerando filósofo a un autor que no ha dejado ningún libro de filosofía.
-Como intelectual crítico su lucha Contra las sagradas formas ¿hacia dónde apunta?
-A la reacción política, a la religión católica, al canon establecido... Hay que mirar con ojo crítico el pasado, porque recibimos un relato histórico y no nos damos cuenta de que lo contrario de la mentira no es la verdad, sino otra mentira. Y se sustituye un relato por otro, como lo que está sucediendo en Cataluña. Hay que poner en tela de juicio todos los relatos históricos.
-¿Qué opina del proceso independentista catalán?
-La interpretación histórica catalana se construye sobre el lirismo herido de una derrota frente al imperialismo español, y eso enlaza con el relato contrario, porque ambos son falsos. Los fundamentos históricos de uno y otro me parecen muy tenues. Al igual que sucede en la historia española con la llamada invasión árabe. Nadie se pregunta cómo el imperio romano tardó dos siglos y medio en conquistar la península, mientras que unos cuantos jinetes árabes y bereberes avanzaron desde Gibraltar hasta Covadonga en sólo siete años, y es absurdo si no aceptamos que el imperio visigodo se derrumbó, y la arabización demoró su tiempo después de que los judíos y arrianos que no admitían el dogma de la trinidad abrazaran naturalmente el islam. Pero aceptar todo esto es como poner en solfa el mito de Santiago, como ha hecho Márquez Villanueva. Una de las razones por las que había tanto rechazo en darme el Cervantes era por mi oposición a estos mitos.
-¿La distancia lo estimula? ¿No pensó en regresar a España?
-Siempre me ha interesado más contemplar la cultura española desde la periferia, Francia, EE.UU. o Marruecos. La mirada de los demás forma parte del conocimiento global que tenemos de nosotros mismos. No es casualidad que los mejores libros sobre la cultura española durante la primera mitad del siglo XIX fueran escritos en inglés.
-Usted contempló la "primavera árabe" desde una atalaya privilegiada, ¿qué fue lo que falló?
-Estuve en El Cairo un mes después de la caída de Mubarak y hablé con los jóvenes del movimiento 25 de Enero que estaban muy entusiasmados. Les dije que una cosa era la revolución y la libertad, y otra muy distinta el largo camino a la democracia. España, por ejemplo, inició ese camino con la constitución de 1812 y no la hubo hasta 1978. Imaginar que con una revolución se instaura la democracia es ingenuo, porque debe madurar. Sin embargo, Kant decía que el terror de 1793 no podrá borrar la declaración de los derechos del hombre de 1789. Y los pueblos árabes ya tomaron conciencia de que se podía derribar regímenes injustos, eso ha quedado grabado en la memoria.
-¿Está al tanto de la actualidad Argentina?
-He seguido con mucho interés el caso del fiscal Nisman. Me parece tan extraño lo del suicidio que no me lo creo. Es como aceptar que fue un checheno ultrarreligioso el que ha asesinado al enemigo de Putin. Sería muy interesante comparar ambos casos, el fiscal argentino y el opositor ruso, para preguntarse quién aprovecha el crimen.
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