"Lo que queda", por Mauro Peverelli

La mitad mejor, Marcos Herrera. Editorial 451, Madrid, 2009.


A orillas de un río suburbano, y enclavados en un basural en constante crecimiento, se encuentran los ranchos de Juan y de Leira. Desde allí, desde esa mancha borrosa y sucia se extienden los hilos sensibles de una historia inmensamente lúcida y desoladora, una historia atravesada por un puñado de putas indias (propiedad de Leira) capturadas en el corazón de una isla selvática, una organización de niños criminales comandada por un chico apodado Ho Chi Min, un viudo (Juan) que recoge niños de la calle como si protagonizara el relato moral de una parábola sucia escrita en un evangelio antiguamente censurado, y un periodista que juega al investigador y que va probando los venenos creyendo encontrar allí sus posibles antídotos. Sobre todos ellos sobrevuela la sombra de La Foca, figura omnipresente que lidera una organización que articula redes de prostitución con la distribución de drogas experimentales. El relato avanza con el ritmo vertiginoso de una música veloz y enloquecida pero de la que igual se distinguen con fidelidad cada una de sus notas; a su paso la sensación más consistente es la que deja entrever la erosión que el sistema va infligiendo a la vida social, dejando bien en claro, a su vez, que en la estructura capitalista las conectividades posibles y fluidas, entre los diferentes estratos sociales, y por encima de las otras, son la corrupción, la violencia y el crimen. En el contexto de una degradación y una crisis de valores de las más agudas de la historia argentina, la novela de Herrera logra una fuerte filiación con textos fundamentales como El Matadero de Echeverría y La Refalosa de Ascasubi, tanto en la ferocidad de una trama en los hechos concretos, como en la agudeza con que el autor distingue el cruce de dos épocas: “Se había dado cuenta que para sobrevivir había que funcionar como una organización criminal y no como una célula revolucionaria” sentencia el narrador, o: “Mulno miró la oficina. Refaccionada y recién pintada. Todo el edificio había sufrido una de esas transformaciones que intentaban reflejar la ideología dominante. Acrílico, vidrio, aluminio, luces dicroicas, etcétera. Cualquiera, en esos lugares, sentía la obligación (…) de portar pensamientos relacionados con la eficacia, la competitividad y la amabilidad marquetinera”.
Se trata de una poética que se diferencia enormemente de las expresiones del realismo en boga, ante todo, por una melodía que subyace debajo del discurso, desde allí se oyen los sutiles acordes de una voz que también se distancia de las sofisticaciones esquemáticas del academicismo y que se acerca (porque es parte), a un mestizaje propio de las clases vulnerables, un yacimiento al que la cultura rioplatense le debe muchas de sus mejores expresiones: el nacimiento del tango, las milongas sureñas de almacén, las voces arltianas y onettianas, los desvalidos y a la vez potentes trazos de Berni y de Quinquela, el asado hecho en el piso y las exquisiteces de la mejor comida preparada con lo que queda.

Comentarios

Entradas populares